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martes, 19 de mayo de 2020

Una visita al Mercado del Martes en la Altea de finales del s.XVIII, por Miguel del Rey


Una visita al mercado del Martes en la Altea de los años 1780
*Fragmento del cap. VII, pag. 121 y 122 del libro "Bartolomé. Entre la Ilustración y la Revolución" de Miguel del Rey, Valencia 2014.


Los martes por la mañana hay gran bullicio extramuros del Portal Vell; es el tumulto del mercado semanal, una vorágine de puestos, lonas y personas de diversas procedencias que traen las mas variadas mercancías e incluso algunos animales vivos para su venta. Se extiende el mercado a lo largo del lienzo norte de la muralla y en él hay mujeres que buscan tejidos de lino o seda, ropas para hacerse vestidos, a la vez que otras, protegidas por sus sombrillas, pasean entre los puestos de blondas y telas adamascadas de colores diversos a la búsqueda de materiales para confeccionarse su ajuar. 

Los vendedores desde los puestos les muestran sus productos, las animan a los visitantes a comprar, mientras que jovencitas casi niñas las miran con envidia desde los puestos, trabajando con sus finos dedos para acabar mercaderías de primor, ayudadas por algún joven esclavo negro o morito que hace las peores labores. Junto a estos puestos están los sogueros, rodeados de marineros que compran cabos, cuerdas y avíos de pesca y los que tejen la palma, las mujeres que hacen sombreros y capazos. Mas alejados otros grupos se afanan en ofrecer las mejores hortalizas, donde un tropel de mujeres busca avíos para los hervidos y cocidos; las criadas atareadas completan encargos y se mezclan con campesinos en busca de plantones de buena calidad para las huertas que deben plantar, sin falta, antes de San Jorge.

Las gentes observan, miran, hablan, comentan los sucesos locales y en un griterío casi imposible, intercambian mercaderías protegidos del sol por lienzos de lonas colgadas de los más insólitos lugares. Es un universo de luces y sombras, de olores y gritos humanos y animales, donde los comerciantes de la comarca y foráneos disponen las mercaderías traídas a lomos de mulas: quesos de las montañas de Aitana, embutidos que elaboran los repobladores mallorquines de Tárbena y Castell de Castells, aceitunas y encurtidos, salmueras, pescados secos y salazones de la misma Altea y de la Vila; higos y uvas pasas del lugar, almendras y nueces, arrop i tallaetes traído de Xàtiva y azúcar elaborado en el trapig de Oliva. Gallinas, pavos, conejos, corderos, cabras, mulas… Y en algunos puestos se pueden ver los olorosas especies de ultramar, el clavo y la canela, la nuez moscada, los cominos y las pimientas de colores fuertísimos que traen los galeones desde las Américas o Filipinas, junto al aguardiente y el gin menorquín, y también el chocolate caribeño que empieza generalizarse como un producto elegante para degustar en las reuniones sociales y en las fiestas junto a otro aún más exótico y carísimo: el café.

Es el mercado propio de una sociedad en desarrollo, quizás un poco más retraída por una coyuntura de malas cosechas y bajos precios, pero con el empuje de una demografía en expansión que ha multiplicado por cinco a la población solo en los últimos 60 años. Roseta lleva una canasta y acompaña a doña Elvira a comprar embutidos y quesos. “Chuletillas de cordero nos hacen falta” – le dice a Roseta-. “Mira donde hay buena carne y las compras, yo me voy a ver a la señora. Verdura no hace falta, la traerán esta mañana de Altea la Vella, junto a harina y al aceite que le ha pedido a Joaquín”

Ligeramente separados, cerca de los puestos de sogas, cuerdas y los productos de palma que se utilizan en el campo y en la mar, hay unos puestos de venta de productos textiles: blondas de Flandes y algodones finos hilados en Catalunya, que compiten con las populares mantas de Benilloba y Bocayrent, y con las telas de las modernas hilaturas que se están montando en Alcoi. Es el lugar donde a Elvira le gusta acabar su visita. Se dirigen a un puesto concreto y allí preguntan por unas blondas; el gitano de Benilloba que las atiende ya las conoce, son buenas clientas de las finas mercancías que trae de encargo. A la vista del género, Elvira piensa que esos mantones y encajes le vendrán bien para el ajuar que necesita en el próximo viaje a Valencia: el día del Corpus en la Casa del Almirante debe estar a la altura....

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