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viernes, 23 de abril de 2021

Bandoleros en Confrides... Un relato de Miguel del Rey

 

Hoy día de Sant Jordi, solo para amantes de la literatura, presento una descripción incluida en mi libro “Bartolomé, entre la Ilustración y la Revolución”*, donde se describe una viaje entre Gorga -en la Vall de Çeta- y la Costa -Altea, Xàbia y La Vila-, de una familia adinerada, en los momentos inmediatos al final de la Guerra de la Independencia, un momento convulso y difícil donde el bandolerismo toma ya carta de naturaleza. El paso por Confrides es peligroso….
* "Bartolomé, entre la Ilustración y la Revolución", Valencia 2014, Miguel del Rey

           "Para organizar el viaje de vuelta hacia la costa, Bartolomé ha mandado aviso a Francisco Javier Alveno –su cuñado- diciéndole que esa mañana pasarán por el puerto de Confrides. Desea que atienda las cuestiones oportunas para que las partidas armadas no les molesten. Le ha pedido que se acerque hasta Ares para acompañarles a pasar el puerto. El grupo no debe viajar con dinero o joyas, todo lo recogerá alguien de confianza y lo bajará en un viaje menos aparatoso hasta Altea o Xàbia. Es muy probable que aún con el salvoconducto de su cuñado no estén libres de alguna impertinencia por parte de éstas gentes desesperadas por un futuro incierto y más aún sedientas de venganza ha-cia colaboracionistas y afrancesados. Por la noche, Purificación y Luisa insistieron en bajarse algo de dinero y algunas joyas a pesar de la rotunda negativa de Bartolomé, el cual, de madrugada mandó venir al carpintero para hacer un pequeño doble fondo bajo el suelo del carruaje del Bolufer, cerrado de nuevo con tablas viejas y sobre las que han dejado caer la alfombra de viaje del coche. Cargan algunas viandas -embutidos en su mayor parte- y igual que alguna bolsa de dinero dispuesta para ser fácilmente encontrada en un posible registro y toman el camino al salir el sol.

    Las tres hermanas Olcina y la hija de Francisca, Vicenta María, viajan juntas en el coche del Aragonés con la chiquillería menuda de la familia y escoltados por Pedro María Aragonés a caballo. José Bolufer con los chicos mayores ocupa el otro coche, acompañados por Bartolomé, cuyo caballo va atado al propio carruaje.

-           ¿Cómo ves las cosas Bartolomé? –dice José Bolufer-

-           ¿Te refieres a la nueva situación tras la huida de los franceses?

-           Me refiero a todo. ¡Dios mío, qué tiempo nos ha tocado vivir! Las noticias en el campo de Xàbia y Denia no son nada buenas. La anarquía se ha adueñado del territorio. ¡No sé si estás al tanto de cómo están las cosas! – le dice cuando observa que los chicos están algo distraídos-. La ausencia de poder –continua- ha dado alas a las parti-das de bandoleros.

-           Si es por los bandoleros, no sólo están en las tierras del Marquesado, pronto los vas a ver; en el momento que pasemos Ares, seguro que tendremos algún encuentro. Si aparecen, mantén la calma y ante todo no te des a conocer, quédate con los chicos. En el momento que pasemos Benasau subiré a caballo e iré caracoleando a los coches o distanciándome para ver el camino por delante. Si dicen alguna impertinencia, no digáis nada, ni contestéis, digan lo que digan. Espero que Francisco Javier, mi cuñado, se una a nosotros, está atento al viaje; seguro que nos alcanza en breve. Si no fuera así ya ha-blaré yo con quien sea; tú no dejes a los chicos y en el caso de una situación más con-tundente, te resistes, pero un poco y luego les das la bolsa.

-           No sabía que el Alveno estaba tan amigable con esa gente.

-           ¡No te confundas con él! Es un patriota y da gracias a que venga en nuestro apo-yo

-           Bueno… éstas cosas no me gustan nada ¿Y lo de los Olcina?¿Cómo lo ves?

-           Vicente lo preparará todo ¿no es así?

-           Eso ha dicho. Aunque lo he visto un poco nervioso –dice el Bolufer-.

-           Coincido con él en que no es el momento de ir a Valencia, ni de hacer la parti-ción. Que por cierto ya está prácticamente resuelta tras la tasación de nuestra suegra, que en paz descanse. Una mujer muy previsora -dice Bartolomé- ¿No te parece?

-           Y muy amante de sus hijas. La valoración de la herencia libre no sé si traerá co-la. Por cierto, nunca hablamos del regalo áquel que les hizo a Luisa y a tu mujer el año pasado. Fue una acción que le honró.  Fueron las más valiosas mil ochocientas libras que he visto en mi vida. Liquidaron el desprecio que en su día le hicieron a Pura.

-           Del dinero de mi mujer y de las donaciones de los Olcina no tengo nada que objetar. Hace tiempo que no me preocupa su dote. Ni cuando era poca, ni ahora. Si se lo dieron... suyo es.

-           Veo que no se te olvidó el resquemor que te dejó lo de la dote. Son cosas pasadas, olvídate ¿Y con lo tuyo que vas a hacer? ¿Si se estabiliza la situación, vas a retomar el negocio de navegación en Altea?

-           No sé. No es el momento de preocuparse por estas cosas. Lo que me tiene en vilo ahora es como vamos a reconducir el cobro de censos. Quién nos iba a decir que la invasión francesa sería favorable a aplicar censos y luismos a la manera del “Antiguo Régimen”, como ellos dicen.

-           Los franceses apoyaban el cobro de ésos censos porque se quedaban con parte del dinero.

-           ¡Por lo que fuera! Veremos ahora cómo rehacemos los cobros y como se tomarán los señores las posibles lagunas en el pago.

-           Lo más grave será rehacer las arcas de la Corona. Sin comercio y con la idea de independencia que parece que por ciertas colonias se dan, no sé de donde saldrá el oro para organizar lo público si fallan las partidas que vienen de las Indias.

-           ¿Padre, si vienen hombres armados, dispararemos? Dice uno de los chicos mayores.

-           Nadie va a disparar y no va a pasar nada. Vosotros callados si aparece alguien. Y al suelo si el tío os lo dice.

-           Don Bartolomé, debería subirse al caballo –dice el cochero-. No oigo trinar a los pájaros desde hace un rato; ésto está demasiado quieto.

-           Gracias. Subo y cabalgo hasta Ares delante de ti. Ve atento y no saques el fusil en ningún caso. Los coches siempre juntos.

-           Padre, no se vaya -dice el joven Antonio-

Don Pedro María Aragonés, a caballo y vistiendo uniforme de oficial de la marina española, queda al cuidado de los dos carruajes mientras Bartolomé se aleja y ojea por las lomas cercanas, se acerca a los recodos del camino. Antes de entrar en Ares, un silbido suave pero insistente le hace otear el bosque. Dos figuras se distinguen bajo la intensa sombra de una encina. Echa mano instintivamente al pistolón que previamente había cargado. Seguro que uno de ellos es Francisco Javier. Está convencido. A medida que se acerca la segunda figura le empieza a ser familiar ¿quién será? Le hacen señas. Van vestidos con chaquetilla corta y pantalón ajustado con manta enrollada al hombro. “¡Tomás!” Susurra Bartolomé.

-           ¡Que gusto veros! ¡Javier! ¡Tomás! Verdaderamente la amistad se demuestra en ciertas ocasiones.

-           Siento lo de tu suegra –le dice su cuñado-. Las veces que hablé con ella me pareció una señora amable, a la vez que culta; igual que don Miguel Olcina.

-           Su muerte estaba anunciada. Bueno, vamos a ver. Las mujeres están preocupa-das. ¿Como va todo por ahí Tomás?¡Que gusto verte!

-           Todos bien, pero… tal como están las cosas y cuando Javier me lo comentó, no podía por menos acompañarles ¿cómo se les ha pasado por la cabeza viajar en éstos momentos y con dos coches?

-           No exageres Tomás. No van a tener problemas, pero tu sobrina, la de Vila-Joiosa, debe bajar también por Guadalest. No sé cómo está Aitana por la vertiente sur. Diles que lo más prudente es que viajéis todos juntos hasta la costa; al menos hasta Polop. Ahora es el momento en que debemos hacernos los encontradizos con la partida que está cerca del puerto de Confrides: saben algo. Tomás conoce a alguno de ellos y ésta mañana ha pasado por allí para hacerse el encontradizo y por cómo le han hablado les debe haber llegado alguna información sobre un grupo de viajeros. A mí no me han visto, he dado la vuelta por las sierras de la Solana y no he pasado por el puerto. Nosotros hace más de dos horas que nos hemos encontrado en el lugar convenido. No hay que perder tiempo. Iremos los dos y les saludaremos. Tomás apoyará al señor de Aragonés con los coches por si hubiera problemas; habéis sido en exceso confiados con tan pocos hombres de apoyo.

Javier repasa todos los puntos. Pregunta si trajeron lo que les dijo: las viandas y alguna cosa para ayudarles en su vida montaraz. Indica que le deje hablar a él, aconseja a Bar-tolomé que se muestre campechano y no se altere frente alguna impertinencia en el trato. A lo lejos se ve llegar el grupo de coches. Los chiquillos de Ares han subido al camino al ver de lejos la polvareda. Bartolomé baja hasta el camino y hace cargar lo ya previsto en las alforjas. Se despide del grupo y les dice que les sigan a una distancia prudente, sin parar cuando él se meta un poco en el monte a la altura del puerto. Y una vez pasado éste, que no les esperen al vencer la cuesta, y que tomen carrera hasta Confrides; él y Javier les alcanzarán. Habla con el Aragonés sobre la estrategia, informa al señor de Bolufer. Tomás saluda a las señoras y queda en retaguardia del grupo. Purificación está aterrorizada al ver toda esta preparación. Se oyen los ruegos a su marido: “¡Bartolomé, por Dios...!”

Al llegar al alto del puerto los dos cuñados se desvían hacia la derecha y toman un ca-mino que se adentra en el monte. Los carros van cerca de ellos, les ven meterse en el bosque. Purificación está preocupadísima y les propone a las señoras rezar el rosario. Siguen su camino, aceleran en la bajada, tal como les han dicho, sin llegar nunca a galopar.

-           Buen día. -dice Francisco Javier a un personaje que sale de detrás de una roca y se queda en el medio del camino-.

-           Este capitán español quiere saludar al jefe.

-           Mucho capitán … pero en los coches que han pasado habían mujeres bien vestidas.

-           En los coches no había nada que te importe.

De entre la espesura surge alguien que parece mandar la partida; un personaje grueso, mal carado, con ademanes más que groseros: “¿Es usted Bartolomé de Calces? Pues dé recuerdos a su hermano de mi parte”. El Calzas le saluda con un gesto, llevándose el dedo índice a la frente y separándolo ligera y rápidamente: “Con gusto se los daré”

Francisco Javier Alveno retoma la palabra: “El señor de Calces, quiere dejaros algo para comer y pasar el tiempo mientras guardáis el paso por el puerto”. Les deja caer las al-forjas que había preparado. “Tenéis pan negro, algo de embutido, salazones y paquetes de picadura. ¡Ah! y una bota de vino”.

-           Señor de Calces, todo es bueno y los hombres tienen buena gana. Por cierto, también nos vendría muy bien algo de dinero.

Saca una bolsa con libras y algún escudo, que ya había preparado por si acaso. La so-pesa, para que el personaje la valore, y se la lanza al aire diciéndole el Calzas: “Siempre viene bien el dinero, sobre todo si es para una buena causa. Sólo espero que guardéis bien éste paso y no dejaréis que por él pase francés alguno”.

-           Así será. Y por cierto, sabe vuestra merced ir por el mundo- dice el jefe de la partida, entre arrogante y cínico- ésa capa de le cubre es de buen paño, vendría que ni pintada para hacer guardia por la noche... y vuestra merced seguro que estará a resguardo en la chimenea mientras nosotros cerramos el paso a los franceses. Por cierto ¿han visto franceses entre Alcoi y Confrides? Por aquí no pasarán ni los franceses, ni los afrancesados, ni los que nos sangran con los censos. Las cosas ya no van a ser como eran.

-           En cualquier caso, no queda ni un francés en muchas millas. Así pues, señores, que Dios sea con ustedes.

-           Caballero, olvida dejarnos la capa...

Francisco Javier les dice a los guerrilleros que va a acompañar a don Bartolomé hasta la calzada y volverá con ellos para organizar la resistencia ante la nueva situación al haberse largado los franceses. Al unirse a su cuñado, observa la indignación de Barto-lomé: “Ya me dirás cómo nos quitamos ahora a ésta gente de encima. Armados y due-ños de los caminos”

-           ¡Pues así están las cosas cuñao! El problema será desacostumbrar a ésta gente que se ha hecho a la vida montaraz y no tienen otra cosa que hacer.

-           ¿Has visto la desfachatez en la manera de robar? ¿Qué me dices de las amena-zas? ¡No han sido veladas! Fueron bien directas.

-           También he visto tu sangre fría. Has estado muy bien ¡Corre! Únete al grupo y apretad, pero con cuidado en las cuestas abajo; bajar la ladera de Aitana sin parar, llegar cuanto antes a Callosa. No creo que tengáis problemas, allí no puedo hacer nada. Me vuelvo con estos... no sea que se lo piensen dos veces. Lo de la capa ha colmado la desfachatez...

-           ¡Olvídalo! Pero aguántalos... se estarán repartiendo el botín con las navajas en mano. Gracias por todo y tú, atento a tu persona. Un saludo a mi hermana y a tus hijos. No podemos parar a verla, pero bajad cuando podáis por Altea, sabéis que siempre sois bienvenidos.

Bartolomé galopa fuerte y alcanza al convoy; da las órdenes para que sigan rápido has-ta Benimantell, allí pararán un rato a comer algo. Se acerca a las señoras para tranquilizarlas. Su mujer pretende darle la mano por la ventanilla.  Le pregunta qué ha sucedido, cómo es que va sin capa con el frio que hace... Pedro María se acerca a él con el ca-ballo para conocer lo sucedido.

-           ¿Cómo fue?

-           Ya te contaré con detalle. No se puede esperar nada bueno de estos personajes

-           Para tu conocimiento, peor están por las montañas de Crevillente y los alrededo-res de las sierras de Alicante. El Barbut es el dueño de los caminos y de los negocios.

En la fonda de Benimantell piden comida, mientras los viajeros interrogan a Bartolomé sobre lo sucedido. Él, en presencia de los niños, suaviza la descripción y sobre todo sus impresiones. Pero indica que la comida será frugal, deben partir inmediatamente hacia Altea. Les hace alguna seña a las señoras de que ya les contará. Su mujer le aconseja que se abrigue y sale de la posada para buscar ropa de abrigo entre el equipaje. “Bartolomé, cuánto he sufrido ¿estás bien?” –le dice, cogiéndolo del brazo-. El caballero con-testa a medias sus preguntas, lo cual aumenta el desconcierto de la señora. José Bolu-fer les ha seguido y le ruega a Bartolomé que le comente. No puede soportar desconocer los detalles.

-           ¿Qué quiereís que os diga?- dice Bartolomé- hasta me han robado. Con guante blanco, pero robado.

-           ¡Por Dios! ¿Pero te atracaron?

-           Ya iba preparado. Llevaba una bolsa con dinero, además de las viandas que me dijo mi cuñado. ¡Pero hasta la capa!

-           Me tienes que decir exactamente qué pasó. Mañana cuando salga hacia Xàbia seguro que vamos  a tener problemas. ¡Si ya se lo dije a Francisca! No son tiempos para ir por éstos caminos. Mañana tengo que estar preparado

-           No puedes ir solo, te acompañaremos hasta Calp y desde allí dos hombres con buenos trabucos te escoltarán hasta tu casa. Saldrás a primera hora, y debes ir con la galerita de casa, no debes llevar el coche, es un poco escandaloso. Ya te lo mando yo dentro de unos días. Pasado Gata, no creo que tengas problemas hasta casa.

En Altea, Bartolomé hace entrar el carruaje en la cochera y procede inmediatamente a recuperar el cofrecillo que había guardado. Lo abre y ve estupefacto que contiene todas las joyas de las hermanas y las 1.811 libras de Purificación. Lo recoge. Cierra con la ayuda de su hijo Juan el doble fondo del suelo y sube entre perplejo y algo indignado por la temeridad de bajar todo ese dinero sabiendo cómo están las cosas. Purificación, con una sonrisa le recibe en la puerta de su alcoba

-     ¿Parece que te has llevado una sorpresa?

-           ¡Una temeridad! ¿Cómo se te ha ocurrido? Se nota que no les viste las caras a los de la montaña.

-           No voy a dejar de resolver mis asuntos por cuatro descamisados –dice la Olcina con fingida suficiencia- y menos ahora que dispongo de dinero para mis necesidades.

-           ¿Qué tienes previsto? Con ésas medias palabras, seguro que ya tienes dónde invertirlo.

-           Si usía tiene a bien mañana acompañarnos, Luisa y yo misma le mostraremos una casa estupenda que hemos visto a buen precio. No todo tiene que ser en ésta familia -dice con una sonrisa- propiedad de los Calzas... "      


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