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martes, 7 de febrero de 2023

El convento franciscano de Benissa y su extensión dieciochesca al nuevo convento en Altea, por Miguel del Rey

 

Las relaciones entre el convento de la Purísima Concepción de Benissa y los asentamientos franciscanos en Altea

Por Miguel del Rey*   (Cast- Val)

Publiqué hace unos años un pequeño artículo sobre la noticia del cierre del Convento de la Purísima Concepción de los padres franciscanos de Benissa. Es el hecho quizás motivo de reflexión, tanto para la memoria como la cultura en la Marina. Una institución ejemplar en el tiempo, tanto en su condición religiosa, pero también en la educación y labores caritativas, incluso económicas, etc..  Un servicio ininterrumpido desde 1611, con más de 400 años de labor ejemplar, que ha marcado a Benissa, su cultura, su arquitectura, su perfil urbano, etc…pero no solo a Benissa, también al resto de la comarca; me refiero a la Marina, no a l'Alta o Baixa, ja que la Marina és una comarca única i de cultura indivisible si deseamos entenderla de manera coherente, como vemos en el caso del convento de Benissa.

 

Planta del Convento y su huerto-jardín en 1740. Plano de "la Villa de Altea y sus..."  F. Ricaud

      La unidad comarcal la podemos ver en la incidencia que tuvo el Convento de la Purísima Concepción en poblaciones como Altea, vinculada desde siempre a Benissa como cabeza de esta zona de tierras de los Palafox durante siglos, hasta que se construyó la Altea moderna, la que este año cumple el 400 aniversario. En 1728 un grupo de monjes del convento de Benissa fundan en Altea una congregación dependiente de aquel convento, hasta que su autonomía es efectiva unos años más tarde, manteniendo siempre unos fuertes lazos de unión en la institución madre. Esta pequeña congregación, el futuro convento de San Pedro y San Francisco, se levantó anexo a la antigua ermita de pescadores de San Pedro, en las inmediaciones de la playa y muy cerca del arrabal de pescadores que tenía una gran actividad y población ya esta primera mitad del siglo XVIII.

     Fue un convento de gran importancia, de labor esencial en el apoyo a las labores propias de la religiosidad de los frailes, pero también en la labor educativa de jóvenes y asistencial, con hospicio y hospital de pobres, en unos momentos en los que el Estado no se hacia cargo de estas funciones. Fueron ellos quienes canalizaron las dádivas y espoletearon las conciencias de la sociedad, para con las donaciones ir creando un excelente edificio, un convento amplio y una institución con ayudas esenciales a una sociedad falta del cariño y los mínimos apoyos para jóvenes con la educación, y también para huérfanos, desvalidos, pobres y marineros náufragos.



Estado actual de la Iglesia del antiguo convento. Foto MdR

 Su existencia fue corta en el tempo, algo más de un siglo, pues se incluyó entre los edificios desamortizados en la Ley de Mendizabal y se desacralizó en 1838, saliendo de Altea los frailes y volviendo a su casa de origen en Benissa. Pero esta existencia marco decididamente el pueblo de Altea, con huella física y humana. Huellas que no se han borrado. Las físicas, por la absurda desaparición del edificio del Convento, conservando solo la iglesia, dejando un vacío urbano sin resolver. Su ausencia incidió en la conciencia de muchos alteanos que no compartimos su desaparición por la piqueta. Ello dejó en el fondo un agravio moral por la manera como fue llevada esta eliminación. La ausencia humana es difícil de valorar, pero hay en todos los libros de interés alteanos, siempre un capítulo de recuerdo de aquel convento que en el siglo de las Luces, practicó con su buen hacer, la mejor de las tradiciones humanas y humanistas cristianas.

    La actual iglesia de San Pedro y San Francisco es el único cuerpo existente de lo que fue el convento franciscano que surgió al amparo, como hemos dicho, de la antigua ermita de San Pedro, situada en la parte norte del denso y muy activo arrabal de pescadores. Construido el convento en tierras de la hoy casi olvidada partida del Bol, una zona esta, de fértiles huertas regadas por el Riego Mayor y en cuyas playas, a lo largo del Setecientos y el Ochocientos, hubo gran actividad pesquera y de comercio marítimo.

 


Iglesia del convento de San Justo, franciscana en origen y más tarde regentada por las Madres Carmelitas. Olla de Altea. Foto cedida por la  AVL’OCN. Gentileza de A. Alepuz y J. Diaz-Caneja

    Una segunda oportunidad para los padres franciscanos de Benissa se presentó de la mano de una piadosa señora Dª Pepita Gadea, que a principios del siglo XX alzó, en lo que es hoy el Convento del Carmelo, una capilla dedicada a San Justo y el Corazón de Jesús; una amplia capilla regentada en los primeros momentos por los padres franciscanos, tal como nos indican Luis Fuster y Pedro Juan Orozco (1), en su bien documentado artículo sobre esta la capilla. Los padres franciscanos volvieron a Altea después de un paréntesis de 80 años, y por muy poco tiempo en este caso, retomaron sus fines religiosos, docentes y caritativas, para ser sustituidos por la Hermanas Carmelitas, que hoy están presentes en la Olla.

 Un proceso de construcción largo en el tiempo.-

    El convento se empezó a construir a partir de 1728, siendo muy prolongada en el tiempo la edificación del conjunto de sus instalaciones, ya que además de los elementos conventuales propios de estas instituciones, iglesia, claustro, refectorio, cocinas, celdas y estancias del prior, huerto y cementerio, disponía de otras instalaciones de gran importancia: hospicio y hospital, así como de espacios para docencia. Una compleja institución religiosa, hospitalaria y docente, cuya labor fue muy importante en la Altea de aquellos tiempos. De estas instalaciones hay documentación histórica de los libros de cuentas de la institución, en la parroquia, y también en distintas testamentarias y documentos varios, en los cuales se indican dádivas al convento y donativos para el hospicio a lo largo de los años finales del siglo XVIII; información que nos confirma lo prolongado en el tiempo de la construcción de estas instalaciones, la última de las cuales fue el nuevo hospicio, pues la donaciones a lo largo de 1780 iban dirigidas a la compra de ajuar para el mismo. Se tiene también información sobre cierta actividad económica gestionada desde el convento a través de su síndico, como es el caso de actividad marítima comercial a lo largo del último tercio del siglo XVIII a nombre de alguna familia alteana, actividad que reportaba importantes beneficios económicos a la Institución.

     Tras las leyes de Mendizabal en 1835, la iglesia quedó como templo abierto al culto, dependiente de la iglesia parroquial de Altea, mientras que el resto edificio pasó a propiedad pública y los terrenos de los huertos fueron comprados por familias alteanas; compras sancionadas de excomunión por la Iglesia en aquellos momentos. La Audiencia se instaló en el edificio en 1883 y más tarde albergó las instalaciones municipales, abandonado en ese momento el Consistorio alteano la Casa del Comú i Presó fundacional ubicadas en la esquina sureste de la fortaleza renacentista, de manera que, en 1892, el antiguo convento cobijaba la Casa Ayuntamiento, Escuelas, Juzgado y Prisión municipal. Estas instalaciones municipales se mantuvieron hasta 1967, cuando se inauguró el edificio del actual Ayuntamiento. A lo largo de 1968 se derribó el vetusto edificio tras años de abandono y en aras de un cierto concepto de modernidad, con el callado resquemor, en muchos ciudadanos, de que se estaba perdiendo algo muy propio, como indican algunos autores en publicaciones de esta época.

 

Momento del derribo del convento adquirido por la Cooperativa agricola de Altea

La escena urbana.-

Foto Oriol para Casa Soler, 1931. Archivo Miguel del Rey

     La iglesia del Convento, o de San Francisco, conserva el nombre del lugar, mientras que la placeta donde se encuentra se ha denominado popularmente Replaçeta del Convent, a la vez que oficialmente soportaba nombres como Plaza de la Republica, u otros varios a lo largo del tiempo. En la escena urbana y en el imaginario alteano de ciertas generaciones, hay que valorar al conjunto de casas adosadas a la iglesia ya que formaban un grupo con interés particular; vestigio de aquella Altea configurada a lo largo del siglo XIX que se mantuvo hasta las décadas finales del siglo XX. Quedan algunas de las casas adyacentes, entre ellas se puede distinguir el Casino de Peparra, con su podio inferior y la terraza superior aún existentes con el formato de finales del siglo XIX. A estas casas se unen los edificios tradicionales del entorno de els Quatre Cantons de la calle del Mar.

     Cada vez son menos las referencias  a este mundo centrado en una plaza que, para algunos alteanos de cierta edad, ha sido un lugar especial, una zona de intercambio social, de fiestas y de juegos infantiles que ha quedado en nuestras retinas gracias a lo allí vivido, pero también a las imágenes de los cuadernillos fotográficos que se vendían en “Casa el Marinero”, o al sabor literario de las páginas de la novela de Joaquín Rico que toma el nombre de la propia replaceta.

     La escala del lugar se ha trastocado en exceso por el vacío del propio convento, a lo que se ha unido la desafortunada desaparición de las casas que abrían fachada al norte de dicha placeta, unido esto al cambio de escala propiciada por el Plan General en vigor a lo largo de estos últimos treinta años. Sería deseable retomar un proyecto urbanístico que devolviera las proporciones adecuadas al lugar, con el edificio de la iglesia como referencia cultural y escalar del conjunto, quizás construyendo parte o la totalidad de la antigua manzana, hoy plantada con un huerto de olivos; intervención que debiera ajustarse a las dimensiones históricas o bien a las que permitan una escala adecuada a la plaza, pues con ello, además de valorar la iglesia y el edificio del casino, daría vida a un espacio hoy falto de actividad, ajustando de nuevo la escala de los edificios de interés existentes, que son muchos y valiosos en este entorno.

 La arquitectura del convento.-

     

Patio del convento. Foto de Don José María  Planelles en su libro “Altea, Crónica y Guía”

       El edificio incluía dos cuerpos principales: la Iglesia -descrita en la ficha correspondiente- y el resto del convento: un edificio claustral de dos y tres alturas definido en torno a un patio cerrado y adosado a la iglesia. Un deambulatorio  porticado rodeaba el patio. Éste era el centro del edificio, un patio arbolado, poco cuidado, de difícil acceso, que entre el ramaje ocultaba el brocal de un pozo con cierto misterio. El claustro incluía tres arcos de medio punto por cada uno de los tres lados que rodeaban el patio, construyendo un amplio deambulatorio abovedado con aristas en sus esquinas y arcos fajones ajustados al centro de unos amplios machones. Muros y paredes sobre los que lucían incontables capas de cal, a pesar de lo cual la humedad trepaba hasta cierta altura y las capas de cal caían y caían ofreciendo esa imagen desvencijada que el tiempo, y cierto abandono, solían dar a estos edificios públicos en las medianías del siglo XX. Sus fachadas internas se levantaban disponiendo las ventanas al ritmo de los arcos del claustro, ventanas verticales y enrasadas al muro; todo ello incidía en el carácter másico del conjunto y en la profundidad de las sombras que se arrojaban sobre el patio.

     Claustro del convento . Deambulatorios

    Los espacios internos, como decimos, eran amplios y aunque conservaban cierta solemnidad, su carácter estaba marcado por aquella desidia que rodeaba a lo público en la época de la autarquía. Junto al claustro, dos elementos daban el nivel y marcaban su arquitectura: la gran reja de acceso, una reja de robustos barrotes de forja que daba paso al claustro, reja de difícil apertura acompañada siempre de gran estruendo de hierros, y un segundo elemento, una amplia escalera de acceso a la planta principal inmediata al vestíbulo. La puerta principal se encontraba en la esquina de la plaza del edificio, perpendicular a la fachada de la iglesia; era un gran portalón y sobre él se disponía un balcón que ocupaba toda su estrecha fachada.

 

Vista del convento desde el huerto, años antes de su desaparición. Foto Hnos Coello.

     Los cuerpos perimetrales, de tres plantas, eran sólidos y rotundos, con ventanas poco atentas en su disposición sobre los muros de sus fachadas posteriores, las que abrían al huerto; muy distinto era el interés compositivo que presentaban las dos fachadas principales, la esquina sobre la plaza y la fachada frontal a la playa –fachada que ocultaron las edificaciones anexas con el tiempo- estas fachadas presentaban una buena sistematización de huecos verticales en la planta principal sobre un basamento ciego, rematadas por una planta superior con pequeños, pero bien compuestos huecos. La cubierta de teja curva construía un alero corrido a lo largo de todas sus fachadas.

La iglesia existente.-

Del convento, derribado en 1968, solo resta en pie la actual iglesia de San Francisco, un templo en uso, de nave única cubierto por bóveda de medio punto, al que en época más moderna se le incorporó en la parte sur del crucero la actual capilla de Comunión.

Su arquitectura.-

 

                    Planta de la Iglesia de San Francisco en su estado actual. Plano de M. del Rey

    Templo de una única nave cubierta con bóveda de medio punto y arcos fajones que incluyen un aristado lateral que permite la existencia de amplios lunetos entre pilastras de las dimensiones de los arcos de las capillas y de su misma traza de medio punto. Los arcos fajones descargan sobre contrafuertes cortos que se materializan en pilastras sobre la nave y volumétricamente forman capillas internas de escasa profundidad, lo que de alguna manera afecta a la propia estructura de la iglesia que ya tuvo graves problemas de estabilidad por falta de equilibrio posiblemente por la poca entidad de estos machones que deben estabilizar las acciones de la bóveda. Un crucero asimétrico define sobre la nave central un espacio a la manera de pseudocúpula rebajada y muy plana, ligeramente emergente en la cubierta, aunque sin linterna. El crucero prolonga hacia el sur uno de sus lados configurando la capilla de la Comunión, una pieza cuadrada, de ajustadas dimensiones, cubierta con una cúpula sin linterna. El presbiterio, elevado cuatro peldaños sobre la nave, no incluye retablo al fondo.

 


    La arquitectura de la iglesia es sencilla, escueta, muy franciscana, como es propio. El ritmo en su interior lo definen el sistema de arcos fajones y pilastras que toman formas clasicistas muy modestas con pilastras sencillas y capiteles dóricos, entre los cuales se sitúan arcos de medio punto bien proporcionados que definen la boca de las capillas. Capillas y pilastras se rematan con un cornisón doble, formado por una impostación primera de escasas dimensiones y una cornisa superior potente en sus formas y en las dimensiones del saledizo; cornisa desde la cual nacen, sobre las pilastras, los arcos fajones que construyen la bóveda que se interrumpe en el frontis del presbiterio provocando una fuerte inconsistencia formal.

     La historia constructiva del edificio es compleja y sin excesivos apuntes históricos anteriores al S. XX, lo que no permite reconstruir su proceso. La calidad de sus fábricas y quizás las escuetas dimensiones de sus contrafuertes, han provocado un deterioro acelerado que causó alarma en diversos momentos, con intervenciones muy fuertes a lo largo de la primera década del S. XX, pues por la crónica que nos legó el cura Juan Bautista Cremades, tenemos noticia de obras importantísimas de restauración de la bóveda del muro izquierdo del convento que se dice están arruinados en torno a 1901. También conocemos que el campanario se levanta en 1906 hasta la altura de la fachada; más tarde se construye el cuerpo de campanas, se restaura la capilla de la Comunión y se acaba la cubrición de la cúpula con teja vidriada en 1915 -posiblemente de la fábrica “La Ceramo” de Valencia- para en 1916 reconstruirse el altar mayor.

 

                                    Vista cenital de la capilla de la Comunión. S XX. Foto MdR

    Sobre la arquitectura y las dimensiones de esta iglesia hay que señalar que se trata de un templo, por cierto, de proporción y medidas muy similares a la antigua iglesia fundacional de Altea, la construida por Damiá Cámara en 1617. También hay que dejar constancia de la falta de criterio a la hora de adecentar o restaurar la fachada actual de esta iglesia. Intervención en la cual, a falta de poner en valor sus fábricas y muros originales (parece que eran de piedra caliza blanda o quizás arenisca, por las descripciones de algunas personas) se optó por una fachada ahistórica, sin interés arquitectónico y fuera de contexto culturalmente hablando, incluso ajena a las recomendaciones del arquitecto director de la obra. Una intervención propiciada por la propia autoridad eclesial del momento, que se desliga completamente de la austera y propia condición de esta iglesia conventual y de la iconografía franciscana. Una intervención propia para ser eliminada a la primera oportunidad.

     El huerto jardín.-

  Vista del patio del convento en los años 1920, en un oleo de Genero Palau  

    Es de señalar el interés del huerto-jardín existente en el convento, se extendía al noreste del mismo entre un camino rural que lo bordeaba por el oeste y las tierras que daban ya a la playa en aquellos momentos. El preciso dibujo de Francisco Ricaud de 1740, nos muestra un jardín muy propio de la época, compuesto de pequeños cuarteles en forma cuadrada o rectangular, con algunas geometrías elípticas o circulares. En estos pequeños parterres se pueden entender setos de recorte que bordean algún árbol central, posiblemente con algunos arbustos plantados en macetas que marcan los ángulos, definiendo un gran número de particiones quizás especializadas en plantas medicinales, olorosas o de puro disfrute.  En el plano vemos que desde la acequia del Reg Major baja una importante hijuela hasta este punto, la fillola del Bol, que regaba el jardín a partir de un cajero dispuesto longitudinalmente al oeste del huerto. Alguna de las zonas del jardín, quizás más retiradas, estarían dedicadas a campo santo, pues son varias las referencias documentales de enterramientos en el convento, generalmente en el propio huerto, además de los que se hicieran en la propia iglesia.

 
Vista del acceso posterior al patio del convento en los años 1920, en un oleo de Genero Palau 

    Al fondo, hacia el noreste, el jardín se convierte en huerto, también subdividido en pequeños espacios; por lo dibujado parecen existir variedades distintas de arbolado, pues se aprecian diversas texturas. Las tapias no se parecen arboladas ni vestidas por vegetación, pero si atendemos a otros jardines culturalmente próximos, como el de Penàguila o el antiguo Huerto de la Barbera en Vilajoiosa, con quien guarda cierta similitud, podemos suponer que estas tapias de obra estarían vestidas con arbustos olorosos y de elegante colorido.

     La ultima vinculación entre Altea y Benissa es el haber compartido maestro de obras en la finalización de la Iglesia de la Pussima Xiqueta, pues, tras acabar las obras de la iglesia parroquial, y participar , posiblemente en la construcción de la capilla del sagrario de la Iglesia de San Francisco, de Altea, tras la obras en la Seu de Xàtiva, y debido a la muerte del fray Maeso Company autor y ejecutor de la iglesia desde su inicio.

     Si bien desaparecieron los franciscanos de Altea, su huella permanece, y es un honor participar en conservarla y mantenerla. 

* Nota: Este texto incluye parte de los capítulos publicados en el libro Paseando por las alteas, en concreto los referentes a:

·       La iglesia del Convento de San Francisco, pag 110-113.

·       El convento de San Francisco, pag, 356-361.

·       La capilla de San Justo y del Corazón de Jesús, pag 386-387

Bibliografía:

DEL REY AYNAT, M.                           Paseando por las  Altea, Valencia, 2016

DEL REY AYNAT, M.                           Guía de Altea, Valencia 2014

FUSTER O., L. y OROZCO J., P. J.: -  Alteanias, Altea 2012.

LLORENS B, R. -                                Diccionario de Altea y sus cosas. Altea: Revista Altea, 1983.

SOLER, J.,FRIAS, R. CASTILLO, A.:    El Captivador y la ermita de Sant Vicent, València, 2013

(Val)

El convent franciscà de Benissa i els assentaments franciscans a Altea.

Per Miguel del Rey

La notícia de la clausura del Convent de la Puríssima Concepció dels pares franciscans de Benissa és potser motiu de reflexió, tant per a la memòria com la cultura a la Marina. Una institució exemplar en el temps, tant en la seua condició religiosa, però també en l'educació i tasques caritatives, etc. Un servei ininterromput des de 1611, amb més de 400 anys de labor exemplar, que ha marcat a Benissa, la cultura, la arquitectura, etc ... no només a Benissa, també a la resta de la comarca, no oblidem, que encara que en l'actualitat s'estili aquesta divisió artificial de la Marina Alta i Baixa, la Marina és una comarca única i de cultura indivisible per a ser entesa de manera coherent.

La unitat comarcal la podem veure en la incidència que va tenir el Convent de la Puríssima Concepció en poblacions com Altea, vinculada des de sempre a Benissa com a cap d'aquesta zona de terres dels Palafox durant segles, fins que es va construir l’Altea moderna, la qual aquest any compleix el 400 aniversari. En 1728 un grup de monjos del convent de Benissa funden a Altea una congregació depenent d'aquell convent, fins la seva autonomia és efectiva uns anys més tard, mantenint sempre uns forts llaços d'unió en la institució mare. Aquesta petita congregació, el futur convent de Sant Pere i Sant Francesc, s'alçà annex a l'antiga ermita de pescadors de Sant Pere, als voltants de la platja i molt a prop del raval de pescadors que tenia una gran activitat i població ja aquesta primera meitat del segle XVIII.

Va ser un convent de gran importància, de labor essencial en el suport a les tasques pròpies de la religiositat dels frares, però també en la tasca tant educativa de joves com assistencial, amb hospici i hospital de pobres, en uns moments en els quals  la Corona no es feia càrrec d'aquestes funcions. Van ser ells els que van canalitzar les donacions i les consciències de la societat, envers les donacions anar creant un excel·lent edifici, un convent ampli i una institució amb ajudes essencials a una societat falta de l'afecte i els mínims suports per l'educació dels joves, i també per a orfes, desvalguts, pobres i mariners nàufrags.

L’existència va ser curta en el temps -una mica més d'un segle- ja que es va incloure entre els edificis desamortitzats en la Llei de Mendizabal en 1838, sortint d'Altea els frares i tornant a casa d'origen a Benissa. Però aquesta existència va marcar decididament el poble d'Altea, amb empremta física i humana. Petjades que no s'han esborrat. Les físiques, per l'absurda desaparició de l'edifici del Convent, conservant només l'església, deixant un buit urbà sense resoldre. La seua absència va incidir en la consciència de molts alteans que no compartirem la desaparició per la piqueta. Això va deixar en el fons un greuge moral per la manera com va ser portada aquesta eliminació. L'absència humana és difícil de valorar, però hi ha en tots els llibres d'interès d’història alteana, sempre un capítol de record d'aquell convent que al segle de les Llums, va practicar amb el seu bon fer, la millor de les tradicions humanes i humanistes cristianes.

L'actual església de Sant Pere i Sant Francesc és l'únic cos existent del que va ser el convent franciscà que va sorgir al costat, com hem dit, de l'antiga ermita de Sant Pere, situada a la part nord del dens i actiu raval de pescadors. Construït el convent en terres de la hui oblidada partida del Bol, una zona de fèrtils hortes regades per Reg Major i prop d'unes platges en les que al llarg del Set-cents i el vuit-cents hi va haver gran activitat pesquera i de comerç marítim

Una segona oportunitat per als pares franciscans de Benissa es va presentar de la mà d'una piadosa senyora Sra Pepita Gadea, que a principis del segle XX va alçar, en el que és hui el Convent del Carmel, una capella dedicada a Sant Just i el Cor de Jesús; una àmplia capella regentada en els primers moments pels pares franciscans, tal com ens indiquen Luis Fuster i Pedro Juan Orozco (1), en el seu documentat article sobre aquesta la capella. Els pares franciscans van tornar a Altea després d'un parèntesi de 80 anys, i per molt poc temps en aquest cas van reprendre els seus fins religiosos, docents i caritatives, per a ser substituïts per la Germanes Carmelites, que hui són presents a l'Olla.

 

domingo, 5 de febrero de 2023

Historias alteanas: los Palafox, los fundadores de Altea, y sus tumbas


Andando un día por las tierras de Aragón, encontró este paseante unas ruinas; eran de la antigua iglesia de Santa María de Piedra, en las inmediaciones del Monasterio de Piedra. En un ábside medio derrumbado, de bella traza, atrajo su atención la presencia de una cripta y más aún observar que una escalera permitía el acceso. Aquello estaba oscuro, aunque no abandonado, se observaba un cierto mantenimiento del lugar. Tras bajar los peldaños, bastantes, observé con la linterna la forma de la sala, un espacio elíptico, me acerque a las pareces, era un panteón. Mi sorpresa se acrecentó al descubrir que algunos nombres desvelaron de que se trataba: era el panteón de los marqueses de Ariza, de los Palafox. La familia, evidentemente, me era conocida. Estaba en el panteón de los marqueses de Ariza, de los señores de Altea. No se podían leer bien las lápidas de los nichos, pero si algunas fechas… eran del siglo XVII y XVIII. Pensé que quizás estaría aquí Francisco de Palafox, se correspondía en el tiempo con el fundador de Altea.

No pude encontrar exactamente la lápida del fundador, pero sí, eran los Palafox de esta época. Uno de ellos Juan de Palafox estaba perfectamente identificado, era el hijo bastardo de Jaume de Palafox, el heredero de Francisco, fundador de Altea y quien firma, creo, en última instancia la Carta Pobla, tras la muerte de su padre.

Tras el hallazgo de entretuve en una visita al pequeño museo de la abadía. allí estaba un retrato de Juan de Palafox, la genealogía de la familia del panteón y alguno de los elementos de la familia, así como una preciosa cruz del siglo XVII, de la época de la construcción de Altea.

En la información encontrada en el lugar se podían leer referencias: …Francisco de Palafox …Aragón, embajador ante el Rey como diputado por el brazo de ricos hombres, en el año 1611. El mismo año, a 27 de agosto, el rey Felipe III elevó a marquesado de Ariza su señorío. El I marqués otorgó testamento en Ariza, 9 de junio de 1612, en el que integró su estado entonces: Monreal, Alconchel, Cabralafuente, Embid, Bordalba, Pozuel, Torrehermosa y Calmarza, en Aragón; más las baronías de Calpe, Altea, Benisa y Tablada, en Valencia….”

Me interesó particularmente por dos razones, como alteano, conocer el lugar donde reposan los restos del fundador de la villa y como persona, pues mi familia estuvo al servicio del marquesado y ellos fueron los que trajeron a Altea a mediados del s XVIII a mis antepasados, pues eran personajes a su servicio, donde atendieron a los puestos de gobernadores de la fortaleza en el siglo XVIII y más tarde, hasta el final de la época de señorío, quedaron como administradores de la Señoría, afincándose en Altea hasta la actualidad.