Cartel de la exposición conjunta del Taller 3 de la Escuela de Arquitectura, con los profesores Miguel del Rey y Antonio Gallud, en colaboración con el Departament d'Escultura de Bellas Artes, sobre un ejercicio conjunto de lectura del paisaje rural e intervenciones en el "límite" realizado en 2004
UNA METRÓPOLI EN LA
HUERTA
En diciembre de 2000
presenté esta ponencia en un Mesa Redonda en la UIMP-Valencia, en un Congreso
sobre el “Estado de la Huerta” que organizamos el Grupo Cavanilles, que
formábamos entre otros, Pedro Salvador, Javier García, Miguel Navarro, Tato
Herrero y yo mismo. Creo que no ha perdido, desgraciadamente, vigencia.
La huerta que hemos
heredado se inscribe en un territorio denso y complejo en el que coinciden
áreas agrarias, residenciales e industriales; un territorio en el que se
yuxtaponen redes de infraestructura de muy distinto origen: rural, urbanas,
metropolitanas, regionales e incluso estatales; sobre ella se desarrolla una
metrópoli de 1,6 millones de habitantes, con un interland regional de unos dos
millones y medio de personas, y donde la presión urbanística incide
directamente en la eliminación de la propia huerta.
El conjunto metropolitano y las redes que lo forman, las áreas urbanas, industriales, los grandes fragmentos rurales, las playas, el puerto, el río, junto a determinados ecosistemas de gran interés próximos a la ciudad, tienen, además de un valor en si mismos, el valor de formar parte de un nuevo sistema que puede estructurar una nueva realidad. Labor especialmente atractiva, difícil y sugestiva, donde la fragilidad de alguna de sus partes hace que se deba actual con cautela, pero también con firmeza. Todo ello obliga a que desde diversos puntos de vista debamos repensar la manera de habitar este territorio, abandonado ciertos vicios que nos están acorralando y procurando hacer realidad lo que podría ser la ciudad contemporánea, la metrópolis valenciana. Una estructura abierta y polinuclear, en la que sean compatibles habitación, ocio, trabajo industrial, intelectual, servicios y en el que no puede faltar, por la condición en si del territorio, la presencia de lo agrario. Una estructura espacial y física, donde deben tener cabida el pasado y el futuro, pero sobre todo el presente. Haciendo realidad una metrópoli que existe más de hecho que de derecho, y que con voluntad política puede ser posible, atractiva y fecunda culturalmente.
En esta nueva ciudad
en la que nos movemos, habitamos y trabajamos, hemos de tomar la disciplina de poner en valor una
parte de su patrimonio, en particular aquel patrimonio vinculado lo rural, no
solo en sus restos arquitectónicos, sino más aún en la manera de estructurar el
territorio, de construirlo; un patrimonio que siempre ha estado relegado a
segundo lugar, porque el patrimonio importante se ha considerado que es el
urbano, ya que es el único que merece protección, como ha ocurrido siempre a lo
largo de una historia escrita por cierto desde lo urbano; una historia, que
quizás haya que revisar y en la que introducir ciertas claves en sintonía con
aquellas que en su día aportó el romanticismo, proponiendo nuevas lecturas en
las relaciones entre arte y naturaleza, aunque en nuestro caso la propia
naturaleza haya sido "manipulada" a lo largo del tiempo por la mano
del hombre.
Buscar en la
construcción de la metrópolis nuevas relaciones con el territorio, a la manera
de las que ya se han reflejado en muchas de las manifestaciones del arte, y que
en lo cotidiano han quedado relegadas a un sentimiento que ha tomado cuerpo con
la valoración contemporánea por la etnografía, por las arquitecturas
vernaculares, por lo étnico; interés, que quizás por el progresivo deterioro
del medio natural e incluso del rural, ha llegado hasta el propio paisaje.
Aumentando el interés y la demanda de existencia y conservación de paisajes
naturales y también artificiales, esos paisajes fuertemente antropizados,
culturalmente muy marcados, como es el caso de nuestra huerta de Valencia.
Interesan estos paisajes tanto por la carga cultural que representan, por su
realidad agraria como sostén básico, y hacia la que existe una nueva
sensibilidad social, como por su incidencia sobre la manera de vivir la ciudad
en lo contemporáneo, una vida en ocasiones desarraigada, donde lo rural
representa ese vínculo atávico con la tierra y que se materializa en ocasiones
con la imagen de la casa rural, la masía o la alquería, como símbolo de
raigambre.
Las preguntas que
dejaría sobre la mesa nos acercan al interés que tiene lo rural en esa nueva
cultura en la que se inscribe la comarca de l`horta:
- ¿Cuales son las razones para conservar lo rural y su
huella en el nuevo modelo de ciudad?
- ¿Debe de alguna manera insertarse en bolsas agrarias
dentro de una metrópoli, no solo como un pequeño fragmento de huertas urbanas?
- ¿Cual debe ser el nivel de vinculación con lo agrario?
- ¿Puede ser complementario el paisaje rural en la
construcción de la metrópolis contemporánea?
Quizás debiera
meditarse por todos los agentes que este momento, tras 17 años de haber escrito
estas lineas siguen manteniendo un modelo de ciudad desvinculado de la idea de
metrópoli, una idea de ciudad ajena al territorio que la ampara… El tiempo se
agota y las posibilidades se cierran. Se habla y legisla, pero las actuaciones
no han más que un tímido reflejo en el Plan General, pero nada en el desarrollo
de las actuaciones.
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