Tras la relectura de la ponencia podemos decir que el problema sigue estando completamente vigente en el caso de la ciudad de Valencia, quizás la diferencia es la pérdida de posibilidades para ese posible dialogo
fecundo entre ciudad y territorio, dadas las políticas seguidas y la ética y estética de nuestros dirigentes.
Ponencia dictada en el Curso “Arte y
pensamiento entorno al Jardín” Curso de Verano de la Universidad de
Alicante-Finestrat-2002. Publicado en "Lugares", 2005
El
paisaje se ha convertido en objeto de particular interés en nuestra
civilización ya que vivimos en él y por ello mismo lo definimos y construimos; participamos de sus transformaciones e incluso su propia
definición se encuentran en el centro de polémicas y estudios de todo tipo. ¿Cómo entendemos el paisaje? Qué posición tomamos frente al paisaje rural y a
las distintas naturalezas artificiales que hemos construido a lo largo de
siglos en nuestro territorio hasta confundirlas en muchos casos con la propia
naturaleza. ¿Quedamos impasibles ante la devastación del paisaje existente en
aras a las necesarias transformaciones que implica la civilización
contemporánea? ¿Observamos el paisaje fríamente como la materialización de
la siempre compleja relación entre cultura y naturaleza? ¿O más bien lo incluimos en el catálogo
de bienes patrimoniales sobre los cuales incide cierto control e incluso
preservación, a pesar de que ello en cualquier caso implique una cierta
congelación de los parámetros que lo definen y en parte un aumento del gasto
social?
Las
anteriores cuestiones implican una cierta actitud crítica y preocupada al
observar grandes transformaciones en el territorio y que dada la capacidad
técnica que poseemos, pueden producir cambios, y de hecho ya se están
produciendo, en los cuales se rompa una estructura formal consolidada a lo
largo de siglos. El tema se puede observar desde muy diversos puntos de vista,
uno de ellos, el medioambiental, el de la búsqueda de un equilibrio capaz de
seguir manteniendo unos parámetros de habitabilidad mínimos, ha disparado
muchas alarmas desde lecturas locales a planetarias, pero existen otras facetas
en las cuales ahondar en este tema a la vez difícil y atractivo.
Nuestro
interés se centra en este caso en un problema que podríamos considerar de
forma, entendido como parte de los grandes problemas importantes en nuestra
sociedad; Un problema de forma y escala, de permanencia de memoria, que se
sitúa en ese equilibrio siempre difícil entre rural y urbano, y en particular
en el papel que representa este binomio en la nueva estructura metropolitana en
la que de hecho vivimos en nuestro territorio. Unas relaciones complejas que
afectan en nuestro territorio a un paisaje rural de gran calidad en
muchos aspectos. Un paisaje que ha representado para muchas generaciones de
ciudadanos la materialización de ese vínculo perdido con la tierra, y que aún,
a pesar de la pérdida de protagonismo económico de los sectores agrarios, es
objeto de gran interés desde muchas perspectivas de nuestra sociedad, tanto
económicas, como el caso del turismo, a ambientales e incluso hasta las
meramente evocativas.
Las
complejas relaciones entre cultura y civilización.-
En
nuestra sociedad subsisten maneras distintas de entender la relación con la
naturaleza, y en ello juega un papel importante la actitud frente al paisaje
rural. A partir de estas maneras de entender la relación con la tierra se
estructuran actitudes e ideologías que abarcan, desde la añoranza del campo,
muchas veces idílica y descafeinada que los habitantes de las ciudades guardan
para los fines de semana, hasta posiciones mas radicales, como las de los
movimientos de las distintas ideologías verdes en las cuales se esta
configurando en parte la izquierda europea, hasta alternativas políticas que se
centran en nacionalismos mas o menos excluyentes y que ven el la tierra lo
atávico, aquello que les une e identifica, o todo lo contrario, posturas que
claman por la mas cruda desvinculación de la memoria histórica, dejando campo
ancho a cualquier transformación en aras de la civilización contemporánea.
Las
distintas alternativas nos sitúan frente a la necesidad de definir la
diferencia entre cultura y civilización para poder acercarnos a ámbitos y
escalas distintas, para observar que papel juega en cada caso el paisaje rural.
En principio podemos distinguir un
ámbito, el de la cultura, en el cual incluimos lo que es propio de un grupo, de
una sociedad mas o menos acotada, que vuelve la mirada a la tierra buscando
esos vínculos perdidos del individuo con la naturaleza. Tradición, lengua,
cultura culinaria, fiestas, etc, son manifestaciones de este mundo de la patria
chica. Lo rural en este caso es paradigma de la cultura, pues nos acerca a los
orígenes, a los ancestros.
El segundo de ámbitos lo constituye la
civilización, vinculada al pensamiento de los pueblos y las relaciones entre
sociedades, siendo su escenario la ciudad y su escala las naciones, los grandes
territorios, como dice F dal Co (1); unos hombres cada vez mas alejados de la
tierra, pero cada vez la libres de su propio destino, donde la amnesia se
transforma en una fuerza fecunda frente a la atadura inmovilista de la memoria
o de la presión social.
Cultura y civilización son ámbitos
diferentes en escalas y en su vinculación con la naturaleza. Conceptos que
albergan de alguna manera esa antítesis que existe entre lo rural y lo urbano.
En sociedades como la nuestra conviven
ambas visiones. Creo incluso que son complementarias y ambas fecundas e
interesantes, pero el equilibrio entre ellas nos lleva en ocasiones a
situaciones difíciles de entender. Así vemos como mucha gente para
identificarse como grupo utiliza aquello que es “nuestro”, como afirman, y que
en muchos casos se trata de iconos procedentes de la cultura rural, a partir de
los cuales pretende invocar relaciones el origen de las cosas y conseguir la
identificación deseada -nos es conocido el interés por el nombre y la imagen
del riurau, la barraca, la masía, la alquería, etc.- ;pero a la vez, estas
mismas personas asisten sin rubor a la constante masacre de esta cultura, en
sus objetos, arquitectura y paisajes. Su desaparición, sus amputaciones
parciales y sistemáticas, son fácilmente justificables y comprensibles en aras
de la civilización y el desarrollo. Podemos pues observar unas particulares
relaciones de amor-odio en esas relaciones entre cultura y civilización que se
materializan en muchos casos en las relaciones entre rural y urbano.
El paisaje
rural ofrece la escala y el ritmo en el que se da la cultura, es el resultado
de su compromiso con la naturaleza. La civilización domina la metrópoli,
anulando cualquier lógica de la tierra y sustituyéndola por su propia lógica,
una lógica de escala distinta, en la cual priva la relación entre estados,
entre economías interregionales, como hemos podido ver recientemente en
polémicas sangrantes por ejemplo en la ciudad de Valencia: en caso de la huerta
de Campanar, un trozo de tierra cargado de historia y de cultura, y su
desaparición en aras a una suburbio anodino e inculto. O en el la huerta de La
Punta, un área con interés ambiental, amputada en aras de la ampliación de un
puerto cuya estrategia está mas allá de la propia ciudad. Pero también podemos
entender el interés de las ciudades por construir infraestructuras que las
aproximen a otras ciudades muy alejadas por medio de pasillos específicos:
autopistas, vías de alta velocidad, aeropuertos, etc, o resolver el problema de
abastecimiento energético y trazar las líneas por donde circule esa energía
necesaria para su existencia, utilizando para ello redes y trazados que inciden
fuertemente sobre un territorio que en muchos casos no es capaz de asumir esos
cambios brutales de escala y pierde su lógica.
Hace una
temporada Luis Fernández Galiano (2) escribía un artículo en el cual
contraponía a la Ley del Suelo, que entendía como la de la civilización, una
necesaria Ley de la Tierra; “aquella que aporta la lógica del territorio,
que se apoya en los valores que nos ofrece la tierra”, valores de muy
diverso orden y que pueden englobar desde aspectos geográficos, a monumentales,
históricos, plásticos, etc.
Rural y urbano, un equilibrio frágil y en
continua transformación.-
Siempre ha existido una particular relación entre rural y urbano, y considero
que ambas siguen siendo expresiones complementarias en lo contemporáneo, quizás
ahora desde perspectivas distintas. Entre ellas ha existido un equilibrio
frágil y cambiante a través del cual se ha ido construyendo nuestro territorio
una red espacial compuesta de campos y ciudades. Donde los intersticios entre
ciudades han sido espacios densos en cultura y no ajenos a una transformación
también radical de la naturaleza, a través de la cual se han sangrado y
reconducido ríos, se han parcelado y roturado campos, desecado pantanos y
construido caminos y veredas ajustadas a determinadas escalas y necesidades.
Si
ampliamos la mirada y observamos el devenir de los territorios en nuestra
civilización occidental, vemos como se mantiene este equilibrio frágil en el
que en distintas etapas se van sucediendo esas relaciones cambiantes y
complementarias. Ya en origen la ciudades nacieron como antítesis a la propia
naturaleza a la que sustituyen a través de un proceso imparable y acelerado que
ha generado un nuevo mundo de donde proviene lo cívico, lo civil. La ciudad
aparece como invención humana de un universo lógico, se convierte en el centro
de un nuevo universo formal y de relaciones personales, productivas, económicas
y espaciales inventado por la mente humana y materializado en cada momento por
una determinada forma urbana. Pero de la misma manera aparece lo agrario, que
también se diferencia de la propia naturaleza, aunque eso sí, mantiene con ella
el vinculo de lo próximo, de hurgar en sus entrañas para sacar sus productos.
La colonización georgiana constituye ya en sus orígenes la base que expande la
civilización a todo el territorio, como nos presentó en su momento esa
romanización del mundo antiguo. Campo y ciudad, o de alguna manera villa y
ciudad, son formas complementarias y en equilibrio, que construyen nuestra
civilización con oscilaciones y ajustes a lo largo de 2.500 años.
El
equilibrio adquiere formas muy diversas en el tiempo. Pero la irrupción del
concepto de paisaje y el pensamiento que se genera entorno al mismo transforma
las relaciones con la naturaleza e incide en nuevos conceptos sobre la idea de
ciudad. Ello, unido a la consolidación de una realidad, el desarrollo técnico e
industrial, la aparición de la nueva ciudad-territorio, la metrópoli en la cual
habitamos ya en el territorio valenciano, nos presenta aún nuevos retos.
Las
visiones del paisaje.-
El
romanticismo y la presencia que lo pintoresco adquiere en el pensamiento de la
época, dan como sabemos un vigor singular a la idea de paisaje. Sus
apreciaciones, y las interpretaciones que aparecen a lo largo del tiempo, abren
nuevos matices, nuevas miradas, y nos sitúan en una perspectiva que podemos
entender como moderna. Estas apreciaciones incidirán en el devenir de las
relaciones entre ciudad y territorio, en las relaciones que mantenemos con la
naturaleza y en la apreciación del valor del propio paisaje.
En la
definición moderna de la idea de paisaje incide la transformación del concepto
de belleza, que abandona los modelos canónicos y se centra en la naturaleza
misma y en las formas de aproximación a ella. Así, podemos encontrar en
principio un interés por el paisaje y lo paisajístico como fuente de
conocimiento, a través de una “.....observación fiel, sencilla y
ordenada” (3) de la naturaleza para poder entenderla, dominarla e incluso
explotarla; cuestiones entre las cuales podemos aún encontrar aspectos del
pensamiento fisiocrático.
La
pintura de ánimo, la mirada subjetiva y libre del artista, nos ofrecerá nuevas
experiencias, como podemos ver en los comentarios de Carl G. Carus (4) sobre
sus experiencias en las excursiones pictóricas con Gaspar D. Friedrich: “Conservo
en mi carpeta juntos los limpios dibujos a lápiz que ambos, uno al lado de
otro, llevamos a cabo fidedignamente de una graciosa cruz de hierro asediada
por vientos rudos del cementerio de Priesnitz, cerca de Dresde. Y cualquiera
que los contemple reconocerá dos dibujos del todo distintos, aunque con el
mismo objeto, por mucho que no nos empeñáramos para nada en una apreciación
ideal, sino en una absolutamente fiel al natural”.
La
mirada subjetiva incide en dos aspectos: uno haría referencia a la capacidad
regeneradora, e incluso terapéutica, que la visión de la naturaleza ofrece en
el individuo, incidiendo en temas donde observar la magnificencia de los
lugares más grandiosos y incontaminados, pero a la vez ofreciéndonos imágenes
de la grandiosidad de sus fenómenos desatados frente a la impotencia del hombre
en dominarlos.
El
segundo de los aspectos nos sitúa frente a la crónica social que nos puede
ofrecer el paisaje entendido ya de una manera muy actual, como compromiso entre
cultura y naturaleza. De ahí el interés por la crónica social, por el realismo
crítico, por las naturalezas artificiales, por el humo de las maquinas e
incluso de un cierto costumbrismo.
Observamos
con ello nuevas inquietudes que de alguna manera incidirán de particular manera
en una visión moderna del paisaje, que si bien en un principio solo veremos en
determinados campos del arte, mas tarde se extenderán a cualquier otra
expresión artística, y en particular la podemos encontrar en los jardines, los
parques y por extensión en la propia idea de ciudad, incluso en la propia idea
de territorio en las sociedades avanzadas.
La
metrópoli contemporánea.-
La
transformación de la ciudad contemporánea en nuestro territorio y las formas y
dimensiones que esta adquiere, nos obligan a replantearnos las tradicionales
relaciones entre ciudad y territorio y por lo tanto entre rural y urbano. En
esta transformación está presente la ideología dominante, un positivismo
y un liberalismo a ultranza y que choca con una serie de afinidades que
toman cuerpo en determinados movimientos ciudadanos y de ideologías en
formación o en transformación, las cuales implican una revisión del valor del
propio paisaje; revisión que en parte bebe en las aguas de las cuestiones que
anteriormente hemos visto.
Valencia
se ha transformado en metrópoli, en estructura amplia y territorial,
polinuclear, abierta, donde se alternan sectores de producción muy distintos y
cuyos mercados están fuera de su propio territorio. Se define como un espacio
con amplitud suficiente como para permitir modos de vida diferentes y donde la
presión social de la tradición y de las costumbres de una cultura estable ha
desaparecido sustituida por formas distintas de cultura y donde conviven
diferentes etnias. Nuestras ciudades son territorios que engloban áreas rurales
y urbanas y donde es difícil separar lo rural de urbano, ya que ambas se funden
en una nueva realidad en la que podemos señalar algunas cualidades:
-
Una costa y un sur muy poblado y
denso, frente a un interior en las provincias de Valencia y Castellón menos
denso.
-
La perdida de interés productivo de
la agricultura y el abandono del mundo rural como área económica y cultural,
para convertirse en lugar de trabajo complementario, a tiempo parcial; tomando
interés como materia prima para la especulación del suelo desde la lógica
de lo urbano. También como espacio de ocio y disfrute de unos ciudadanos con
pautas urbanas de comportamiento; y también, como áreas acotadas de interés
natural, medioambiental o botánico.
-
Una dislexia en la situación de
hecho y la de derecho, ya que se está viviendo en una metrópoli y se actúa
desde la lógica de los intereses particulares de los municipios aislados que la
forman, creando situaciones absurdas y donde el paisaje y territorio no se
entiende de manera global, sino fragmentado por líneas imaginarias y totalmente
arbitrarias respecto a la lógica de lo general.
El acercarnos a esta nueva ciudad implica
asumir que nos encontramos con una realidad compleja formada por sobre todo
núcleos históricos, áreas residenciales poco densas, pequeños núcleos mas
densificados, incluso áreas de servicios especializadas, autopistas urbanas,
parques naturales, naturalezas artificiales, y también fragmentos coherentes de
espacios rurales, parques periurbanos, etc. A todo ese conjunto le llamamos
ciudad. Es nuestra ciudad contemporánea, que podemos resumir someramente en 6 u
7 conurbaciones: La Plana (Oropesa-Borriol-Nules), L´Horta-Valencia
(Sagunto-Lliria-Sueca), La Safor y Las Marinas, Alicante-Elx-Santa Pola, Elda-Pretel,
Alcoy-Xativa-Ontinyent. Todas ellas, con particularidades muy distintas,
incluyen dentro de sí grandes áreas de suelo rural con valores económicos,
paisajísticos, ambientales, etc, que en su consolidación obligan a transformar
el paisaje, encontrándonos con la tesitura de su valoración en aras a perderlo,
a conservarlo, a transformarlo. Cuestiones que tienen una significación
particular para grandes grupos de población, que implican un coste económico y
social, y que nos sitúan frente a cuestiones de forma y conceptos muy diversos
si lo valoramos de una o de otra manera.
En la actualidad en nuestras ciudades y
tras largos debates y mucho tiempo de por medio, se ha entendido y asumido por
prácticamente todas las fuerzas sociales la importancia de conservar los
núcleos históricos, de valorar un patrimonio arquitectónico, etc. Son valores
que provienen de una cultura urbana y que están si no resueltos, si en vías de
solución en muchos casos. En la nueva metrópoli no ocurre lo mismo con todo el
patrimonio que nos ha llegado de la cultura rural, la ciudad le ha prestado muy
poca importancia. Las grandes áreas rurales que quedan englobadas por la
metrópoli son generalmente arrasadas y sobre ellas se aplica un proceso de
borrado de huellas para edificar una nueva realidad, no mejor que aquella que
podrían ofrecernos las formas y la lógica de un territorio construido durante
siglos; así el paisaje agrario, la cultura rural, sus manifestaciones
patrimoniales, son infravaloradas y destruidas, aisladas y fragmentadas hasta
perder su lógica en el propio territorio.
La metrópoli y las lecturas diversas
desde lo rural.-
La construcción de las nuevas ciudades
territorio nos hace volver a pensar sobre cuál debe ser el papel de lo rural,
si es que entendemos que su cultura tiene cierto valor en nuestra sociedad; si
nos interesa conservar la posibilidad de volver la mirada y acercarnos en
determinados momentos a cómo eran y que forma adquirieron aquellas relaciones
perdidas con la tierra que protagonizaron una determinada cultura.
Aparecen nuevas lecturas de aquellas
cuestiones que nos planteaba el romanticismo. Seguimos interesados en la
capacidad terapéutica que sobre el individuo ofrece la visión y la propia
experiencia de la naturaleza. Nos interesa por ello conservar fragmentos de
naturaleza en equilibrio, de ahí el interés por los parques naturales que nos
permitan observar la naturaleza en equilibrio, ser conscientes de su
grandiosidad: de ahí también el interés por la ausencia de contaminación
lumínica de uno de los paisajes mas grandiosos, el del cielo observado por los
ciudadanos desde sus calles y viviendas, el del mar no contaminado, el de las
montañas con sus crestas sin molinos de energía eléctrica. Pero no nos interesa
solo evocarlo en imágenes, es necesario conservarlo directamente porque la
realidad nos obliga a defenderlo o perderlo para siempre.
Otro de
los aspectos sería el de crónica social, no tanto en el sentido de museizar un
territorio, sino mas bien si es posible ofrecer posibilidades para que siga en
funcionamiento como espacio económico rural englobado en una realidad mas
amplia, la de la metrópoli, para lo cual se debería incluso apoyar y
subvencionar de alguna manera esta actividad y modo de vida para conseguir como
contrapartida la existencia de espacios esponjados dentro de la macrociudad y
estructuras a la manera de parques periurbanos que evitaran la creación de
nuevos parques para equilibrar los estandares urbanísticos. Si esto no es
posible siempre podemos mantener la huella, la permanencia de la memoria para
el ciudadano no pierda la posibilidad de volver la mirada y alimentar una
nostalgia que no debe ser entendida como sentimiento enfermizo, lo cual
se supera con lecturas como las de H. Hesse (5), transformándolo en factor
fecundo como él hizo en literatura con aquella imagen, la de su pequeño pueblo
natal, “no es necesario que la describa, ya lo he hecho en casi todo los
libros que he escrito; por lo demás no hubiera tenido nunca necesidad de
escribirlos si me hubiera quedado en la bella Calw, pero Calw no me ha sido
destinada”, una imagen que pervive a través del viaje por la metrópolis
moderna.
Como primera consideración en esta nueva
valoración del paisaje, deberíamos en nuestro territorio abandonar la idea de
tabla rasa a la hora de ampliar los territorios urbanos, y en cambio
aproximarnos a conceptos como el de construir sobre lo construido, aprovechando
para la nueva ciudad aquello que el esfuerzo colectivo ha ido trasformando
lentamente a lo largo de siglos. Por ello es importante el conocer nuestro
patrimonio rural, saber mirar nuestro paisaje. Intervenciones de este tipo
harían mas legibles, mas diferenciados, mas nuestras esas nuevas metrópolis
valencianas, de manera que abandonáramos esos tejidos que aún hoy
configuran la periferia anodina y vulgar de nuestros pueblos y ciudades.
Otras
lecturas han aprovechado con fecundidad todas la posibilidades que ofrece una
cultura con unas formas y manifestaciones tan ricas como las que nos ofrece el
mundo rural y que estamos desaprovechando e ignorando desde una posición que no
se puede mas que calificar de inculta y miope. Encontramos en muy distintas
facetas de las artes, autores que se han aprovechado esta cultura y estas
formas, desde la música a la pintura hay muchos ejemplos a lo largo de la
historia, y como hemos podido ver ha sido desde la observación del paisaje,
desde lecturas personales y fecundas, desde donde se han gestado las bases de
la modernidad.
En arquitectura
por ejemplo, por ser un campo personalmente mas conocido, podemos ver como
diversos autores han sabido volver la mirada desde la modernidad hacia lo rural
en momentos de crisis. Podemos fijarnos en experimentalistas como G. Asplund,
A. Aalto, J. Utzon, los cuales ofrecen en determinados proyectos lecturas de
particular lirismo tras los cuales hay una preocupación por el paisaje rural,
por su arquitectura y en suma por la cultura que se da en torno a lo rural; en
parte basada en sus conocimientos de campo sobre estas manifestaciones
culturales, pero también de manera indirecta, con las interpretaciones
personales que hacen desde la literatura o desde la pintura. No olvidemos el
interés en las lecturas de que muestran Alplund y Lewerentz por lo rural y sus
distintas manifestaciones, incluso por las interpretaciones de estos paisajes
realizadas por pintores como G. D. Friedrich. Precisamente interpretando las
formas de cabañas escandinavas, sus ubicaciones en el claro del bosque, y mas
tarde sus representaciones idealizadas en los cuadros de paisaje, como por
ejemplo ese dibujo de la cruz en el cementerio próximo a Dresde al que hacia
referencia Carl G. Carus, construyen a lo largo del tiempo las formas del
proyecto del Cementerio de Estocolmo.
El mismo
interés por lo rural, por las manifestaciones de su cultura, por sus formas y
materiales, lo podemos encontrar en otro de los pilares básicos de la
modernidad como es propio Le Corbusier; la arquitectura de bóvedas, los muros
de mampostería, las vinculaciones al paisaje, son temas que encontramos en sus
casas unifamiliares, particularmente cuando estas son para sus seres queridos o
para sí mismos. Episodios de interés en la relación entre lo rural y la
modernidad los podemos ver en los mejores arquitectos españoles: J. Torres,
J.L.Sert, J. A. Coderch y por supuesto en A de la Sota, por citar algunos.
Pero quizás el destino de nuestros
paisajes sea mas dramático y sea necesaria una catarsis para poder reiniciar
una nueva relación de la metrópolis con el paisaje, como comenta J. Luis de las
Rivas a partir del estudio que hace sobre la obra de John Brikerhoff uno
de los mas influyentes arquitectos del paisaje de los EE UU. Su lectura nos
lleva a entender que no es posible conservar un paisaje armonioso sino
que considera, de la misma manera que ha ocurrido en nuestras ciudades, que es
necesario pasar por el caos y el abandono, por la pérdida de la vida y llegar
hasta la muerte para renacer de nuevo, obligando a que el viejo orden
desparezca para que renacer el paisaje. “La vieja granja debe hundirse antes
que podamos restaurarla y liderara un nuevo estilo de vida alternativo en el
campo; el paisaje debe ser saqueado y despojado antes que podamos restaurar el
ecosistema natural; el barrio tiene que ser un ”slum” antes de que podamos
descubrirlo y elitizarlo: Así es como reproducimos el esquema cósmico y la
historia correcta” (6)
La pregunta en este caso seria saber si
nuestra ruina rural está suficientemente asentada o debemos esperar a cumplir la
profecía cuando ya no queden huellas que proteger.
1.- Dilucidaciones , Modernidad y Arquitectura.
Francesco dal Co. Barcelona 1982
2.- “La Ley de la Tierra”. Luis Fernández Galiano.
Articulo en El Pais 12-05-2001
3.- Javier Arnaldo pone en boca de Carl
G Carus en la Introducción al Libro cartas y anotaciones sobre la pintura de
Paisaje de C G Carus, Madrid 1992
4.- Libro cartas y anotaciones sobre la pintura de Paisaje
op Cit., Madrid 1992
5.- Infancia en Tacna. Hermann
Hess, 1918
6.- The Necessity for Ruins and
Other Topics. De John Brinkerhoff Jackson. University of
Massachussetts, 1980