miércoles, 1 de noviembre de 2023

El Mercadillo de los martes en Altea, por Miguel del Rey

El Mercadillo de Altea*
*Publicado en el libro "Paseando por las alteas"; Valencia 2016, de Miguel del Rey
 
Grupo de amigos en el mercadillo alteano de los años 1940. Foto Archivo MdR

El Mercadillo de los martes en Altea es una institución centenaria, una manifestación cultural que se ha mantenido a lo largo del tiempo y nos muestra una manera de entender el comercio y el intercambio en nuestra sociedad, con unos parámetros muy similares a lo que podemos ver largo de todas las costas del Mare Nostrum. Su tradición nos habla de aproximación del campo a la villa, de unión con las tierras próximas, de cultura material, de artesanía, de intercambio y transacciones de productos y algún que otro cambalache. Ejercido por grupos sociales de muy diversa índole, raza y cultura. Profesionales y allegados, trabajadores agrarios o vendedores de toda la vida, donde la tradición gitana de intercambio de mercaderías está muy presente desde hace centenares de años. La especificidad del mercado es un hecho: ropa y productos textiles de muy diversa índole, mercaderías varias de origen agrario y ganadero en venta directa o elaborada, panadería y dulces, alfarería.

 

Mercadillo en los años 1970

La ubicación del mercadillo en Altea ha ido cambiando en el tiempo. De su primer asentamiento, extramuros de la fortaleza renacentista, frente al Portal Vell, bajó hasta las explanadas de la playa del Bol a finales del S. XIX e inicios del siglo XX, complementando la parte de frutas y verduras frente al mercado, en la actual calle Philarmónica, extendiéndose más tarde a lo largo del paseo Marítimo y la calle Sant Pere, y reubicándose actualmente en la Avenida de Nucía y el ensanche de Garganes, bien hacia el río o en otras ubicaciones. 

 El Mercadillo en los finales de los años 1970. Foto archivo MdR

Una visión idealizada del mismo, en torno a los años finales del S. XVIII, se incluye en el libro “Bartolomé”, de este autor, intentando una inmersión en aquel ambiente cosmopolita de una Altea en plena expansión económica, abierta a los campos y mares que la rodeaban; en ella se dice:

 

Mercadillo en los años 1980-90. Foto archivo MdR

“Los martes por la mañana hay gran bullicio extramuros del Portal Vell ....una vorágine de puestos, lonas y personas de diversas procedencias que traen las más variadas mercancías e incluso algunos animales vivos para su venta. El mercado se extiende a lo largo del lienzo norte de la muralla y en él, algunas mujeres protegidas por sus sombrilla buscan tejidos de lino o seda, ropas para hacerse vestidos, mientras otras pasean entre los puestos de blondas y telas adamascadas de los más diversos colores a la búsqueda de materiales para confeccionarse su ajuar. Los vendedores muestran sus productos, las animan a comprar, mientras que jovencitas, casi niñas, las miran con envidia desde los puestos, trabajando con sus finos dedos para acabar mercaderías de primor ayudadas por algún joven esclavo negro o morito que hace las peores labores. Junto a estos puestos están los sogueros, rodeados de marineros que compran cabos, cuerdas y avíos de pesca y los que tejen la palma, las mujeres .

 Más alejados, otros grupos se afanan en ofrecer las mejores hortalizas, donde un tropel de mujeres busca provisiones para los hervidos y cocidos; las criadas, atareadas, completan encargos y se mezclan con campesinos en busca de plantones de buena calidad para las huertas que deben plantar, sin falta, antes de San Jorge.....  Es un universo de luces y sombras, de olores y gritos humanos y animales, donde los comerciantes de la comarca y foráneos disponen los productos traídos a lomos de mulas: quesos de las montañas de Aitana, embutidos que elaboran los repobladores mallorquines de Tárbena, aceitunas y encurtidos, salmueras, pescados secos y salazones de la misma Altea y de la Vila; higos y uvas pasas del lugar, almendras y nueces, "arrop i tallaetes" traído de Xàtiva y azúcar elaborado en el Trapig de Oliva. Gallinas, pavos, conejos, corderos, cabras, mulas… Y en algunos puestos se pueden ver las olorosas especies de ultramar: el clavo y la canela, la nuez moscada, los cominos y las pimientas de colores fuertísimos que traen los galeones desde las Américas o Filipinas, junto al aguardiente y el gin menorquín, y también el chocolate caribeño que empieza generalizarse como un producto elegante.... “

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