lunes, 24 de marzo de 2014

La última lección griega por Miguel del Rey


La última lección Griega
por Miguel del Rey

Publicado en VIA-O7
Http://via_017. La última lección griega / Last Greek lesson


konstatinidis-pabellon 1952

Viajar por Grecia siempre tiene algo de iniciático, es como un nuevo bautismo en una cultura que siendo común y primigenia, el tiempo, la distancia, los ritmos, el idioma, le han adherido tantas cosas a la versión recibida por nosotros, que hacen particularmente atractiva la relectura desde el lugar. Al visitarla de nuevo: las formas y sus ruinas, la luz, la materia y el espacio, todo aquello que se ha ido forjando en la mente por la lectura y la imaginación, hacen que la realidad tome un sentido y una dimensión distintos. Recorrer la Vía Sacra en Delfos, por ejemplo, no solo es subir su quebrado trazado y aprehender con los sentidos la forma, el ritmo y la disposición de los Tesoros para luego llegar al Santuario y disfrutar las ruinas del templo; es contemplar la inmensidad de un paisaje conmovedor, donde el viento encrespa los verdes y glaucos de sus bosques de olivos y como estos árboles lo llenan todo, texturan el territorio desde las montañas hasta el fondo de los valles, y a lo lejos se confunden los azules del cielo y del mediterráneo en una naturaleza sin fin; naturaleza de la que bebía la Sibila y desde la que obtenía su visión cósmica.

La tierra griega y su cultura generan lugares y focos de intensidad insospechada, en muchos casos de difícil acceso; por ello el viaje debe ser elaborado de manera detenida y paciente. En un reciente viaje, junto a otros compañeros, nos aproximamos a ese mundo algo pretérito de lo griego, donde uno de los viajeros,  V. Vidal, veía en las ruinas visitadas "un último episodio estable de la forma", tomando así un valor singular, por supuesto mucho más interesante que cualquiera de las poco sorpresivas reconstrucciones obscenas de los monumentos del pasado que desgraciadamente proliferan en Epidauro y que pronto veremos en la propia Acrópolis ateniense, por decir dos lugares mágicos. Aunque me refiero a las ruinas, no solo incluyo en ellas las del mundo clásico; incluyo también los restos, y en algunos casos las ruinas, de una modernidad espléndida, y en muchos casos abandonada, que encontramos en las playas o próximas a los paisajes más característicos de esta tierra.

El dramatismo del paisaje está algo inmerso en esa condición a la vez épica y nostálgica de que el pasado parece que siempre ha sido mejor que el presente, pero esto en cada momento de la historia, incluso en esa última etapa tan coherente de modernidad. Aunque con una condición: se atisba una posibilidad de futuro en el paisaje, al menos en el rural, hay un paisaje potencial de gran calidad, cuestión perdida en ésta costa occidental del mismo mar. Así pues es una tierra, la griega, donde se unen pasado y futuro, y donde el presente es quizás una circunstancia no principal. De entre lo visitado, unos de los lugares y arquitecturas que más me impactaron fueron las instalaciones turísticas de aquella modernidad de los años 50. Una arquitectura y un paisaje con unos momentos de plenitud como es difícil encontrar, vinculado directamente con el pensamiento y las obras que se está elaborando tanto en los arquitectos experimentalistas de la costa oeste americana, como aquellos grandes segundos de la modernidad europea que en esos años están produciendo sus mejores obras en los países sajones y escandinavos.

A Konstatinidis Motel Xenia en Poliouri 1962


Astir Beach Resort_Gyifada_Vassiliadis_1957-59



A Konstatinidis-mikonos1960 


La fecundidad arquitectónica griega de este momento quizás se puede entender tanto por la sintonía ideológica como por el apoyo económico con el bloque aliado tras la Guerra, por el Plan Marshall, o quizás por su fuerte conexión greco-americana a través la emigración a aquel país; no hay que olvidar el sentimiento de apoyo a un país por parte de las potencias triunfantes en deuda al sufrimiento nacional griego en la II Guerra Mundial. Tampoco hay que olvidar esta tierra como bastión occidental en un mundo demasiado próximo al Telón de Acero en una “guerra fría” necesitada de imágenes desde donde propagar un modelo de vivir, en este caso frente a las mismas puertas del Mar Negro, un mar comunista donde se cobijaba la gran flota soviética. Quizás la arquitectura trasmite en sus formas e imágenes una cuestión nacional y pro-occidental frente a otro modelo, el turco, ambivalente en su sentimiento de amor y odio entre la occidentalización y su potente tradición otomana.

Visitaremos la obra para infraestructura turística de dos arquitectos principales de estos años: Aris Konstatinidis con sus trabajos para la red de Moteles Xenia en lugares de un particular valor histórico y cultural: Mikonos, Kalampaka, Epidauro, etc., y las obras del equipo formado por Vassiliadis, Vourekas y Sakellarios, en particular  el “Astir beach and resort” en Glyfada. Arquitectos presentes en alguna monografía de arquitectura griega editada en España, aunque no demasiado conocidos en el panorama europeo contemporáneo a pesar de haber construido una obra espléndida; obra poco valorada por la propia sociedad griega, ya que salvo las referencias en las guías de arquitectura, no son fáciles de conseguir las monografías de estos interesantes autores, incluso, ni en las mejores librerías especializadas de Atenas.



A Konstantidinis-Hotel Epidauro1962 

En el caso de Aris Konstatinidis hay dos imágenes de obras de posguerra de una poética interesante: Una casa para fines de semana (1951) y un pabellón en Tesalónica  (1952), donde el realismo constructivo desemboca en un cierto brutalismo y donde está presente una fresca economía de medios. Su aproximación a cultura popular, intentando beber de nuevo en los orígenes de una riquísima arquitectura vernacular,  serán los pilares desde donde reinicia un discurso moderno que se aparta de una intención y un discurso típicamente vanguardista, para recorrer caminos donde el experimentalismo toca tierra y se fortalece a la manera como en el resto de Europa está sucediendo cuando empiezan a reinterpretarse tanto las sensibilidades que provienen del lugar, como la manipulación de los materiales que la industria ofrece, olvidándose de la  fascinación por lo industrial y deseando obtener los máximos beneficios de un sistema, el industrial, que genera buenos productos a los que el arquitecto adecua para su obra desde muy distintas perspectivas.


Quizás una condición a señalar es el discurso compartido de estos arquitectos de mediados del s XX. La  trabazón cultural entre su obra y aquellas otras que están construyendo uno de los momentos más atractivos de la modernidad. Por poner unos ejemplos: sus planteamientos espaciales y constructivos al abordar la arquitectura de la casa, tanto en su relación con la tradición constructiva como en los materiales utilizados,  tan próximos a la manera como los plantea J. Utzon en sus proyectos de viviendas unifamiliares al norte de Copenhague, o más tarde en sus casas de Mallorca. La correspondencia con ciertos planteamientos seccionales, en este caso con la obra de A. de la Sota y su Residencia Infantil de Verano en Miraflores de la Sierra (1957) que nos viene a la memoria al observar proyecto del hotel Xenia en Kalampaka (1960) de A. Konstatinidis cuando aborda su relación con una particular topografía del lugar. La correspondencia formal con las arquitecturas que en Punta Martinet construirá J. L. Sert a mediados de los años 60, etc... Sin olvidar una cierta conexión americana, aquella que proporcionan la liviandad de las estructuras en el caso de Vassiliadis, Vourekas y Sakellarios, tan próximas a los sistemas de las “case studio”, resuelta en madera pintada de ajustada sección y de cuidado diseño en sus apoyos en el suelo; y que también podemos ver en los interiores de los vestíbulos de los hoteles Xenia, donde encontramos los muebles de Ch. Eames está produciendo en California en fechas coincidentes con la propia presentación del producto, depositados sobre suelos de losas de piedra caliza, dentro de la mejor tradición griega desde la cual en esa época D. Pikyonis esta reelaborando todo un discurso formal en las proximidades de la Acrópolis.


Pykionis itinerario por el Filopapou frente a la Acrópolis

De la obra de Vassiliadis, Vourekas y Sakellarios visitamos el proyecto antes citado del motel en la playa de Glyfada (1957), remplazando una antigua instalación turística destruida durante la guerra, nos muestra quizás uno de los ejemplos más elegantes de esa modernidad a la que se abrió la Grecia de mediados del s XX. Es una obra donde la arquitectura, su disposición en la misma línea de costa, el paisaje y la intervención sobre el mismo, son un todo. Las relaciones entre los distintos bungalows son interesantes, disponiendo de espacios semipúblicos de gran calidad, así como de atractivas relaciones interior-exterior en cada apartamento, donde aparecen espacios de una ambigüedad encomiable en este tipo de habitaciones.





Vassiliadis y otros-Astir Beach Resort 


Croquis de uno de los apartamentos por Vicente Vidal


La vista del cabo de Glyfada desde la concha de la playa nos presenta una propuesta adecuada a un paisaje frágil, resuelta de manera ajustada a pesar de su ubicación inmediata a la propia línea de costa; allí encontramos ciertas reglas propias de una buena disposición  de las formas, tanto por su tamaño, como por el ritmo en están distribuidas en el espacio, procurando siempre  que las copas de los pinos superen en doble de altura de cubierta de unos bungalows adosados en grupos de cuatro o cinco unidades. Hay que destacar la escala de los grupos de apartamentos y su ubicación en el bosque, en terrazas levantadas por muros de piedra en seco, los mismos que construyen los fragmentos murarios de los cierres de los propios apartamentos, Son grupos de  que entran en escala como fragmentos que colonizan un bosque en un equilibrio atractivo entre naturaleza y artificio.

Pero es quizás la planta de los pequeños apartamentos, su relación interior-exterior, la métrica, su sección constructiva y los materiales que concretan la obra, lo que se queda más grabado tras una visita al lugar. No se trata en este caso de una obra de vanguardia; está alejada de esa condición, pero la arquitectura no ha perdido aquella idea de lo social, en este caso se trata de concretar una imagen que quizás esté a mitad de camino entre una aproximación al modelo americano de vivir o a la utopía socialdemócrata en las aguas del mediterráneo. Las imágenes de la época son todo un manifiesto de un estilo de vivir.

El uso de materiales dosificando aquellos que provienen del lugar y aquellos que provienen de la industria, es interesante ya que, junto a la caliza blanca de los muros que pertenecen a la tierra, encontramos el ajustado diseño de pies derechos de madera compuestos de doble perfil unido por conectores que a la vez de aumentar la inercia del soporte, nos permiten la conexión fácil con la viguetería de madera, toda ella pintada en blanco, bien protegida, aislada del suelo y ensamblada entre sí por piezas de acero galvanizado. Una cubierta metálica y ligera se apoya sobre un entrevigado de madera acabado en un pico de flauta que evita su exposición excesiva al exterior y aumenta su ligereza visual. La cubierta, ligeramente inclinada, el trasdós interno en el techo que permite la ventilación y aclimatación  de las estancias interiores en los días calurosos, nos hablan de la disposición de las cosas y las formas a través de oficios diestros que manipulan aquello que ofrece la industria. Su realidad constructiva es austera, ajustada, tan necesaria que no admite duda en su coherencia formal, estabilizada por esos fragmentos de muros de caliza que la unen a la tierra y nos hablan de ese lugar físico y cultural. 



La disposición del espacio interno nos ofrece una distribución eficaz: un borde de servicios y una estancia única donde se dispone el espacio para dormir en un fondo, quedando un espacio para el uso diurno que es capaz de permitir múltiples configuraciones a través de sus posibles expansiones hacia los espacios exteriores cubiertos. Puertas correderas, mamparas giratorias que nos abren el espacio y conectan exterior e interiores, que nos aproximan cuando lo deseamos a los espacios semipúblicos,  o que nos permiten una privacidad necesaria en ocasiones en este tipo de habitáculos.

De la obra nos queda una ruina excesivamente próxima, que aún no ha llegado a un grado de estabilidad adecuado para poder apreciar esa belleza que solo podemos disfrutar cuando la traza y la materia es depurada por el tiempo. Está demasiado próxima su condición de utilidad, su concreción, para que podamos distanciarnos en el tiempo y sumergirnos en la transformación estética que tras desnudar las formas de todo aquello que le sobra para convertirse en pura traza y en materia que es devuelta poco a poco a la propia naturaleza.