Arquitecturas
ausentes: la Posada San Miguel S. XIX Calle Conde de Altea
La posada de San Miguel en 1982, foto Miguel del Rey
San
Miguel sigue humillando eternamente a Lucifer, su antiguo compañero celestial,
en el panel de azulejos de la antigua posada de San Miguel, pero quizás en él
ha variado el ademán; la antigua arrogancia del arcángel desapareció debido a
la poca eficacia del ser celestial en la defensa de aquella preciosa y nunca
demasiado llorada Posada, que bajo su advocación estuvo casi doscientos años
recibiendo viajeros y comerciantes que viajaban con sus recuas de mulas junto a
la playa del Bol, frente a los muros del huerto del Convento. Fue la decana de
las posadas de Altea. Nacida con visión de futuro a inicios del siglo XIX,
adelantándose a su tiempo y situándose en el lugar lógico donde debía pasar el
nuevo camino Real, dado que por entonces aún circundaba Bellaguarda y al pueblo
se entraba por la Plaza de La Cruz, pues el camino de acceso llegaba desde el
molino de la Torre. Pero la existencia del convento, la importancia creciente
del arrabal de San Pedro, hacían de este lugar el idóneo para un
establecimiento de esta naturaleza.
La
posada era un edificio de varios cuerpos de construcción con un portalón que
abría sobre lo que más tarde fue la carretera Valencia-Alicante, la carretera
N-332, la actual calle Conde de Altea. Las plantas y macetas del vestíbulo
proporcionaban un ambiente particular que se mezclaba a la penumbra del gran
espacio central donde sus pulidas losas hablaban de viajeros, de negocios, de
festejos, del paso del tiempo durante siglos. El vestíbulo nos introducía
lateralmente en la sala del antiguo comedor, mientras que de frente
encontrábamos un espacio amplio, de doble altura, con un ligero deambulatorio
perimetral volado en planta alta, construido en madera, que daba acceso a las
estancias y dormitorios allí existentes. Las mesas invadían los espacios de
planta baja y sus estancias se caldeaban por chimeneas y hogares. Una gran
cocina, transversal a las crujías principales, albergaba el mundo de los
fogones y el servicio. Hacia el mar, lindando con la playa, los corrales y
patios desaparecidos en época moderna.
Nos
queda San Miguel, si bien cuestionado en su eficacia, conservando su impostura
celestial. También nos quedan algunas de las tapas que allí se degustaban en el
actual establecimiento que lleva su nombre y que se ubica en una parte del
solar de la antigua posada, en ellas podemos recordar el sabor de aquellos
manjares, de aquellas comidas que acompañaron a la sociedad altenana tantos
años.
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