viernes, 27 de abril de 2018

¿Quedamos en el Metropol? Por Miguel del Rey


¿Quedamos en el Metropol?
Por Miguel del Rey*
Arquitecto y Catedrático de Universidad

Publicado en Las Provincias 26/04/2018



Mi amigo y compañero Julián Esteban construye en las páginas de este diario un discurso interesante y culto en torno a la problemática del Metropol. Es una delicia viajar con él a unos de esos rincones tan atractivos de la obra de Javier Goerlich como es el caso de la intervención en el Puente del Mar: uno de los espacios del eclecticismo como modernidad, uno de los restos más importantes del paisaje urbano de la Segunda República. Son los suyos comentarios interesantes impregnados de valoraciones académicas.

Es evidente que la intervención de Javier Goerlich en el Metropol en los años ’30 no es una intervención ortodoxa sobre un edificio academicista, incluso es posible que no saliera de las mismas manos del arquitecto la preciosa caligrafía del rótulo, como se atreve a decir mi amigo. Es conocido que el estudio del arquitecto era un hervidero donde, por razones que no vienen al caso y propias de aquellos tiempos convulsos, otros arquitectos de reconocido prestigio colaboraban. Pero la obra está firmada por J. Goerlich y él es el máximo responsable. Suya es la obra. Y lo vengo a decir porque desde la manera de intervenir, hasta el propio trabajo, están imbuidos de algo que en el artículo se califica un poco despectivamente como “obra menor”, cuestión con la que no comulgo al expresar el término de manera categórica.

Desde mi punto de vista, su intervención en la escena pública, que es precisamente la cuestión a debatir en este caso, nos muestra una de las primeras intervenciones edilicias valientes, sin complejos, de una modernidad rabiosa próxima a la que poco tiempo más tarde vemos en los carteles de Renau, en la iconografía republicana del momento, mostrando el valor plástico de una imposición que participa tanto de la arquitectura como de la caligrafía, valores en los que años más insistirá una cierta estética “pop”.

Pero si bien la Academia, la Escuela o el Colegio son instituciones relevantes, no hay que olvidar que están insertas en una realidad más compleja: la sociedad valenciana y en concreto la ciudad de Valencia. Ser ilustrado es necesario para conocer y valorar, pero no se puede solamente con ello construir la ciudad; una ciudad cuyo concepto ha cambiado desde la Ilustración y en la cual no es necesaria la coherencia absoluta entre la disciplina académica y el imaginario público para conservar un bien. Sí para analizarlo, para construir un discurso, pero no para con ello marcar el valor que puede tener, o le puede asignar, una sociedad.

El culto a la ruina es precisamente una de las bases de nuestra cultura a partir del romanticismo; nuestras ciudades se han ceñido a este dogma de manera palpable. La sociedad vive en los fragmentos, visita las ruinas, hace suyos los restos esparcidos en la ciudad de manera consciente, se reconoce en ellos como pueblo y valora su pasado. Las imágenes de los libros son otra cosa, y en caso necesario en ellas puede vivir la memoria una vida que no es vida, que es solo imagen de la vida; no es el caso, la ciudad aún posee el objeto.


Creo que el Metropol se merece permanecer entre nosotros con más o menos intensidad, quizás como fragmento, quizás como una pieza inserta sobre otra. Eso ya será labor de un buen arquitecto que sepa compaginar presente y pasado: ese bonito y difícil ejercicio de arquitectura donde en lo contemporáneo permanecen fragmentos de la memoria. Como fue en su momento la intervención de Javier Goerlich.