jueves, 10 de julio de 2025

Adolescente con coche al fondo. Historias de nuestra tierra, por Miguel del Rey

 Adolescente con coche al fondo* por Miguel del Rey


*La visión de una fotografía histórica azuza la memoria de aquello oído de niño a la luz de las estrellas en el patio de una masía alteana. Ficción y realidad se entrecruzan a partir de unos hechos reales.

Francisco Aynat frente al taxi alteano en julio de 1936

El Ford llega puntual todos los días a las nueve y media a la masía de Calces en Altea; desde unos minutos antes la chiquillería de la familia y los trabajadores está pendiente del runrunear del motor al abordar el repecho último del camino, intentando observar el brillo metálico del automóvil entre los olivos y los cipreses. Algunas personas están preparadas para ir al pueblo, allí deben atender a algunos negocios, hacer las visitas oportunas, quizás encargos y compras necesarias para la casa en tiempos de zozobra. El chofer es el habitual del taxi alteano, no hay que avisarle, sube todos los días y al llegar deja el coche en posición en uno de los extremos del patio, cerca del riurau, bajo una gran olmeda que ofrece sombra fresca. Sabe que estos viajeros nunca son en exceso puntuales, tiene tiempo para bajar del coche y con la gamuza repasar manivelas, pasamanos, faros y radiador; le da una última mirada al habitáculo posterior, las banquetas bien dobladas, los asientos en disposición. Francisco, el menor de los hijos de la familia, aún adolescente y a quien le encantan los coches, se acerca como siempre al vehículo para observar, incluso solicitar le deje el chofer maniobrar un poco…

El día se presenta caluroso, aunque este mes de julio no parece aún que estemos en verano. Intuía el conductor que hoy iba para rato, las hijas de la casa han llegado con él desde Altea, pasaron la noche en la casa del del pueblo pues asistieron con alguna amiga al baile en el Casino de Canasta, donde actuaba un terceto apoyado por violín, contrabajo, saxo y un jazz-ban, todo un lujo, pero ante todo iban a oír a un amigo de la familia a Jaime G., un experto en clarinete. 

La familia se ha retirado a la masía, a la casa del campo donde es quizás más fácil mitigar la falta de alimentos y atender a Francisco, el más joven, enfermo, y que necesita aire libre. La madre y el hermano mayor quedaron en el campo, oyendo la radio, no les hizo gracia alguna esta escapada sin sentido en estos momentos; menos a él que a ella, pero esto es habitual desde la muerte de su padre; el mayor, Rafael, ha tomado las riendas de una familia en la que actúa no se sabe bien si como cabeza de familia o responsable de un antiguo mayorazgo. La madre deja hacer a su primogénito, incluso le hace gracia su disposición, pero sus preocupaciones son otras: oyó en la radio lo sucedido en Madrid, el dramático asesinato de un parlamentario. Dios quiera que esto no vaya a más. Por si acaso desea tener cerca a todos sus hijos, aunque algunos de ellos ya tienen edad para volar libres. Sus hijos son lo único que le importa tras la muerte de su marido aquel día en que le iban a nombrar alcalde, quizás por su condición de persona de consenso; su único consuelo era pensar que su inesperada ausencia le libró de los graves problemas de cualquier cargo público en estos inestables momentos. Con sus hermanas ha subido inesperadamente Félix, uno de los hermanos que ha vuelto unas horas al pueblo a ver su mujer y a sus hermanos. debe embarcar al día siguiente desde Alicante y no sabe bien lo que le espera tras lo de Madrid, ha subido a pasar el día con los suyos en la masía.



El más joven de sus hijos, un adolescente se queda junto al coche, le gustan los vehículos a motor, habla con el conductor, se separa del grupo mientras alguien saca una cámara y propone inmortalizar el momento. La algarabía de brazos para coger a los niños, atender a las señoras, el agruparse para salir en el grupo, hacen que se descuiden los fondos de la placa, el coche sale solo en su parte delantera, el adolescente no se agrupa…

Unos días más tarde cambiará la suerte de nuestros protagonistas. El coche quizás pasará a "servir al pueblo" y su estrella no se sabe a que designios obedecerá en sus paseos. La madre con las chicas y el joven quedarán en la masía esos tiempos convulsos, defenderán con uñas y dientes los bancales inmediatos a la casa para producir ellas mismas su sustento, bien frente a desesperados ladrones nocturnos o a los sindicalistas que pretenden requisarles -día tras día- estas últimas tierra. La madre, la señora, bajará al bancal y romperá delante de los ”camaradas” aquellos carteles de la CNT alegando que ya ha hecho demasiado por la Republica: cuatro hijos en el frente y sin saber nada de ellos y dos hijas que no hacen más que tejer jerseys y calcetines a los camaradas del frente: “Esta comida es para mi hijo menor, que el pobre está tísico, necesita comer. Os enterais! A pedraes vos tirare d'aquí”, reconoce en un grito desesperado. El adolescente contrajo la horrenda enfermedad y la situación se confabula en su contra, la única esperanza quizás venga de la penicilina; pero quienes la dispensan son pura mafia, comercian indecentemente con ella, la sustraen del comercio legal y la facilitan por medio de truques cada día más difíciles y cuando ya no queda nada de oro en casa, aceptan fincas que cambian por cajas del milagroso medicamento, en ocasiones caducado. La casa de los abuelos en la calle del Mar es la que primera que cae por unas cajas del antibiótico, tras ella otras fincas agrarias… pero no hay remedio, la fortuna juega contra el joven que quedará para siempre en su condición de adolescente.



sábado, 5 de julio de 2025

Experiencias en la Altea de los años '80 u '90. Las casas de los Hessler, mis amigos. Por Miguel del Rey

 A mis amigos Margarita y Fred Hessler, a los que nunca olvidaré

Margarita y Fred Hessler fueron mis -nuestros- amigos y marcaron fuertemente mi estancia en la Altea de los años 80 y 90. Años en que visitaba dos días a la semana mi pueblo para trabajar en mi despacho de arquitectura donde desarrollaba, según mi punto de vista, proyectos urbanos de arquitectura donde unía dos intereses: el de unas propuestas funcionales propias de la vivienda urbana para la empresa de mi amigo Antonio González, en las que por mi parte unía un interés particular, incidir sobre transformar el paisaje y el lenguaje arquitectónico del momento en Altea, que desde mi opinión de bajo interés en aquel momento -algo logre: algún premio, referencias en revistas de Arquitectura de Madrid y encabezar una exposición sobre la arquitectura de los 80 en la Comunidad Valenciana-. A ello se unían unos pocos trabajos alimenticios, hasta que deje de aceptar estos encargos por su escaso interés profesional y por el cariz que estaba tomando la vivienda en las urbanizaciones de la sierra y su incidencia horrible en el paisaje de mi pueblo.

Visitar a mi madre dos días semanalmente y dormir en casa una noche, me pareció un regalo impagable que me ofrecía mi mujer, trabajando y cuidando de mis hijas en Valencia.

En Altea mantuve esos años una estrecha amistad con una pareja de pintores; ella interprete de los clientes de trabajos que no me gustaba hacer, pero que ella no tenia la culpa, era su trabajo. Tras las agotadoras jornadas: recibir clientes en los sitios más variopintos, dar trabajo a la gente del estudio para la semana y visitar y dirigir obras complicadas, como suelen ser las mías en su puesta en obra, terminaba cansado, pero sabia que en casa de los Hessler unas cervezas me ayudaban a desconectar y hablar de su arte, de sus trabajos, y ellos de los míos, de su apreciación para mi interesante. Fueron un bálsamo esa noche del lunes -en ocasionas simultaneaba alguna cena en la casa del Dr Buttersach en la Galera, un personaje de conversación interesantísima, pero ese es otro tema-. Es verdad que desconecte con amistades alteanas durante ese tiempo -quizás no fue lo mejor- pero necesitaba un espacio de calma como el que ofrecían Margarita y Fred ante todo, mis nuevas amistades. La política o los dimes y diretes locales no eran mi tema para desconectar.

Dos casas les conocí a los Hessler. La primera tras la Estación de la Olla, una planta alta de un viejo edificio rural destartalado que ellos supieron transformar en un interior cálido y humano. Tan particular y amable que desde sus ventanas desaparecía el cierto caos externo y todo se transformaba en un armonioso paisaje. Conservo de ellos una buena colección de obras. Uno de los cuadros fue precisamente una tabla al óleo sobre el paisaje en el que se encontraba su casa. Me gustaba mucho, quería cómpraselo, ellos no querían deshacerse de el. Solo en los últimos tiempos accedieron a mis pretensiones, por lo que más que una compra fue el regalo a un amigo. Es un cuadro de Margarita que me estimo particularmente con su interpretación de la naturaleza domesticada, dentro de su mirada naïf, como a ella le gustaba. Recuerdo ver colgado el cuadro en su sala cuando en alguna ocasión traía carne de reno (o eso decía) de Suecia, y lo cocinaba y nos invitaba… y teníamos un pequeño banquete regado por buen vino.

 Obra de Margarita Hessler, oleo sobre tabla. Colección particular 

 El jardín y el paisaje fue su otra pasión y en eso coincidíamos mucho. Era, como no podría ser de otra manera en su caso, una mirada al paisaje con un encanto particular al conseguir transformar un pequeño ámbito agrario en una especie de jardín doméstico, con capilla de virgen de la que manaba agua, rodeada con flores de temporada, con bulbos, absorbiendo para sí algún paisaje robado, como dicen los japoneses, el lejano algarrobo o las palmeras salvajes que salían por doquier. Al fondo el perfil de los edificios de la playa de la Olla y el tranquilo mar.

 

 Vistas desde la casa de mis amigos sobre el perfil de la Olla. Oleo sobre lienzo. Margarita Hessler.. Colección particular

 

 

Detalle del perfil de la Olla

Más tarde hice mis funciones de maestro de obras, no de arquitecto. Querían construirse una casa. Eligieron un corral sobre el extremo oeste del Castellet de Altea la Vella en su parte más alta. Lo compraron con sus ahorros, sabían como querían su casa, me preguntaban aspectos técnicos, adecuaciones a los muros existentes.

 

 El Castellet, la casa que les hice a Fred y Margarita sobre el solar de un antiguo corral en la parte alta de Altea la vella, donde fueron felices y donde los vistamos y disfrutamos tantas veces. Un Dibujo de Fred Hessler

Les indiqué como debían reconstruir los muros, conservar lo posible, adecuar otras cosas, y también indiqué que conservaran los vestigios extremos del antiguo Castellet islámico, los tratamos con cariño, casi como una reliquia, pues es lo poco que queda de esa época a la vista en el Poblet. Lo mimaron y conservamos el testigo. Construimos la casa con Juan el Chaparro, con sus buenos oficios de albañil conocedor de estas técnicas. La casa fue pues a su gusto, y por su manera de construirse podría decirse que fue una arquitectura diríamos vernacular. En ella vivieron y vivimos muy buenos momentos.

El secreto encanto de Alfaç del Pi.  Dentro del surrealismo y el preciosista dibujo a lápiz y carboncillo de Fred Hessler.. Col. Particular

 

Texturas de viejo algarrobo. Fred Hessler. Col Particular


Fue un placer conocerlos y vivir su amistad.

En su memoria.



miércoles, 2 de julio de 2025

La cerámica en las cúpulas de las iglesias de Altea- La cerámica de La Ceramo- Miguel del Rey

 Ceràmica de la Ceramo a Altea.


Cúpulá de la Iglesia de Altea


                                              Cúpula de la Capilla del Sagrario de 1856



Cerámica de la Ceramo en Altea.

En la valoración y puesta al día del patrimonio industrial valenciano, Altea aporta un elemento de gran interés al catálogo de materiales de una de las industrias punteras de la cerámica valenciana de finales del siglo XIX y primera mitad del s. XX, la fabrica de La Ceramo en Valencia. aportación poco cocida en la bibliografía temática. Tenemos en Altea un espléndido ejemplo de una de las piezas más interesantes de la producción de los primeros años del 1900 de la fábrica sita en la calle Sagunto de Valencia.  Cúpula construida con nervios blancos en sus aristas y piezas especiales con bolas blancas sobre piezas semicilíndricas rematadas en sus caballetes con unas cabezas equinas en blanco, a la manera de falsas gárgolas. Si bien es el tipo de vidriado más común, el azul en las cúpulas valencianas, las piezas de Altea son similares a las utilizadas por el arquitecto Francisco Mora en los dos edículos extremos coronados por cúpula de la ampliación que realizó para el edificio del Ayuntamiento de Valencia - en la misma fecha-  en aquel caso con reflejos metálicos cobrizos, muy a la moda y en los que insistía mucho La Ceramo en su producción singular y en las piezas para exportación que realizaba. 

La cubierta de la cúpula principal de la Iglesia del Consuelo, remate e icono característico del pueblo, es obra del maestro de obras don Adrián Vela Gadea, se construyó en el año 1.904, siendo hoy referencia en el paisaje alteano. La restauración llevada a cabo hace unos  años, pudo conseguir aún alguna piezas de La Ceramo, coincidiendo con el cierre de la fábrica. 

La cúpula vidriada de la capilla del Sagrario, también de teja vidriada, no con escamas en este caso, pero sí con remates blancos, es anterior en el tiempo, -de 1856-, por lo que su procedencia no puedo ser de la Ceramo ya que esta empresa empieza su producción en los años 1880. Si en cambio pueden ser de La Ceramo las tejas vidriadas y muy bien acabadas de la capilla del Sagrario del Convento, de 1911, pues su factura es similar a las tejas de San Bartolomé en Valencia, en aquel caso en vidriado verde oliva. Aunque no hay constancia fehaciente de ello.  

Cupula de la Capilla del Sagrario del Convento de San Francisco

Luis Fuster en el pag .43 de su libro “ Iglesia de Nta Señora del Consuelo”, Altea 2003, da referencia de la crónica escrita por el Cura Cremades en 1904, en el cual se indica la procedencia de las escamas de la cúpula mayor, dice: “..escama fabricada en la Cerámica del Camino de Burjasot, cerca de valencia, y propiedad de Don José Ros, que junto a los caballetes, costo 2.600 pts de la época….”