A mis amigos Margarita y Fred Hessler, a los que nunca olvidaré
Margarita y Fred Hessler fueron mis -nuestros- amigos y marcaron fuertemente mi estancia en la Altea de los años 80 y 90. Años en que visitaba dos días a la semana mi pueblo para trabajar en mi despacho de arquitectura donde desarrollaba, según mi punto de vista, proyectos urbanos de arquitectura donde unía dos intereses: el de unas propuestas funcionales propias de la vivienda urbana para la empresa de mi amigo Antonio González, en las que por mi parte unía un interés particular, incidir sobre transformar el paisaje y el lenguaje arquitectónico del momento en Altea, que desde mi opinión de bajo interés en aquel momento -algo logre: algún premio, referencias en revistas de Arquitectura de Madrid y encabezar una exposición sobre la arquitectura de los 80 en la Comunidad Valenciana-. A ello se unían unos pocos trabajos alimenticios, hasta que deje de aceptar estos encargos por su escaso interés profesional y por el cariz que estaba tomando la vivienda en las urbanizaciones de la sierra y su incidencia horrible en el paisaje de mi pueblo.
Visitar a mi madre dos días semanalmente y dormir en casa una noche, me pareció un regalo impagable que me ofrecía mi mujer, trabajando y cuidando de mis hijas en Valencia.
En Altea mantuve esos años una estrecha amistad con una pareja de pintores; ella interprete de los clientes de trabajos que no me gustaba hacer, pero que ella no tenia la culpa, era su trabajo. Tras las agotadoras jornadas: recibir clientes en los sitios más variopintos, dar trabajo a la gente del estudio para la semana y visitar y dirigir obras complicadas, como suelen ser las mías en su puesta en obra, terminaba cansado, pero sabia que en casa de los Hessler unas cervezas me ayudaban a desconectar y hablar de su arte, de sus trabajos, y ellos de los míos, de su apreciación para mi interesante. Fueron un bálsamo esa noche del lunes -en ocasionas simultaneaba alguna cena en la casa del Dr Buttersach en la Galera, un personaje de conversación interesantísima, pero ese es otro tema-. Es verdad que desconecte con amistades alteanas durante ese tiempo -quizás no fue lo mejor- pero necesitaba un espacio de calma como el que ofrecían Margarita y Fred ante todo, mis nuevas amistades. La política o los dimes y diretes locales no eran mi tema para desconectar.
Dos casas les conocí a los Hessler. La primera tras la
Estación de la Olla, una planta alta de un viejo edificio rural destartalado
que ellos supieron transformar en un interior cálido y humano. Tan particular y
amable que desde sus ventanas desaparecía el cierto caos externo y todo se
transformaba en un armonioso paisaje. Conservo de ellos una buena colección de
obras. Uno de los cuadros fue precisamente una tabla al óleo sobre el paisaje
en el que se encontraba su casa. Me gustaba mucho, quería cómpraselo, ellos no
querían deshacerse de el. Solo en los últimos tiempos accedieron a mis
pretensiones, por lo que más que una compra fue el regalo a un amigo. Es un
cuadro de Margarita que me estimo particularmente con su interpretación de la
naturaleza domesticada, dentro de su mirada naïf, como a ella le gustaba.
Recuerdo ver colgado el cuadro en su sala cuando en alguna ocasión traía carne
de reno (o eso decía) de Suecia, y lo cocinaba y nos invitaba… y teníamos un
pequeño banquete regado por buen vino.
Detalle del perfil de la Olla
Más tarde hice mis funciones de maestro de obras, no de
arquitecto. Querían construirse una casa. Eligieron un corral sobre el extremo
oeste del Castellet de Altea la Vella en su parte más alta. Lo compraron con
sus ahorros, sabían como querían su casa, me preguntaban aspectos técnicos,
adecuaciones a los muros existentes.
Les indiqué como debían reconstruir los muros, conservar lo
posible, adecuar otras cosas, y también indiqué que conservaran los vestigios
extremos del antiguo Castellet islámico, los tratamos con cariño, casi como una
reliquia, pues es lo poco que queda de esa época a la vista en el Poblet. Lo
mimaron y conservamos el testigo. Construimos la casa con Juan el Chaparro, con
sus buenos oficios de albañil conocedor de estas técnicas. La casa fue pues a
su gusto, y por su manera de construirse podría decirse que fue una
arquitectura diríamos vernacular. En ella vivieron y vivimos muy buenos
momentos.
El secreto encanto de Alfaç del Pi. Dentro del surrealismo y el preciosista dibujo a lápiz y carboncillo de Fred Hessler.. Col. Particular
Fue un placer conocerlos y vivir su amistad.
En su memoria.
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