Andando un día por las tierras de Aragón, encontró este paseante unas ruinas; eran de la antigua iglesia de Santa María de Piedra, en las inmediaciones del Monasterio de Piedra. En un ábside medio derrumbado, de bella traza, atrajo su atención la presencia de una cripta y más aún observar que una escalera permitía el acceso. Aquello estaba oscuro, aunque no abandonado, se observaba un cierto mantenimiento del lugar. Tras bajar los peldaños, bastantes, observé con la linterna la forma de la sala, un espacio elíptico, me acerque a las pareces, era un panteón. Mi sorpresa se acrecentó al descubrir que algunos nombres desvelaron de que se trataba: era el panteón de los marqueses de Ariza, de los Palafox. La familia, evidentemente, me era conocida. Estaba en el panteón de los marqueses de Ariza, de los señores de Altea. No se podían leer bien las lápidas de los nichos, pero si algunas fechas… eran del siglo XVII y XVIII. Pensé que quizás estaría aquí Francisco de Palafox, se correspondía en el tiempo con el fundador de Altea.
No pude encontrar exactamente la lápida del fundador, pero
sí, eran los Palafox de esta época. Uno de ellos Juan de Palafox estaba
perfectamente identificado, era el hijo bastardo de Jaume de Palafox, el
heredero de Francisco, fundador de Altea y quien firma, creo, en última
instancia la Carta Pobla, tras la muerte de su padre.
Tras el hallazgo de entretuve en una visita al pequeño museo
de la abadía. allí estaba un retrato de Juan de Palafox, la genealogía de la
familia del panteón y alguno de los elementos de la familia, así como una
preciosa cruz del siglo XVII, de la época de la construcción de Altea.
En la información encontrada en el lugar se podían leer
referencias: …Francisco de Palafox …Aragón, embajador ante el Rey como diputado
por el brazo de ricos hombres, en el año 1611. El mismo año, a 27 de agosto, el
rey Felipe III elevó a marquesado de Ariza su señorío. El I marqués otorgó
testamento en Ariza, 9 de junio de 1612, en el que integró su estado entonces:
Monreal, Alconchel, Cabralafuente, Embid, Bordalba, Pozuel, Torrehermosa y
Calmarza, en Aragón; más las baronías de Calpe, Altea, Benisa y Tablada, en
Valencia….”
Me interesó particularmente por dos razones, como alteano, conocer
el lugar donde reposan los restos del fundador de la villa y como persona, pues
mi familia estuvo al servicio del marquesado y ellos fueron los que trajeron a
Altea a mediados del s XVIII a mis antepasados, pues eran personajes a su
servicio, donde atendieron a los puestos de gobernadores de la fortaleza en el
siglo XVIII y más tarde, hasta el final de la época de señorío, quedaron como administradores
de la Señoría, afincándose en Altea hasta la actualidad.
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