Saneando el ordenador aparecen textos olvidados, textos de finales del anterior milenio, retales de pensamiento que han ido forjado una manera de ver la arquitectura y sus instrumentos a lo largo de la experiencia vital en esta profesión preciosa y maldita, que no deja espacio para liberarte de su sombra. Es el caso de una reflexión de hace un porrón de años sobre el dibujo en mi adorado Siza de los años 90, de mi experiencia con él, junto a I. Magro, en Valencia, Alcoi y Oporto.
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Si existe un instrumento a lo largo del tiempo cuyo carácter esté por
naturaleza ligado a la arquitectura, éste es el dibujo. Entendido como reflexión
o como vínculo entre una idea y la realidad, condiciones que hacen de él un
instrumento imprescindible en arquitectura.
Croquis de trabajo con las ordenes para dirección de las obras de la calle del Portal de Riquer en Alcoi
La cualidad descriptiva del dibujo y su capacidad de ayuda a la
reflexión, lo hacen un instrumento esencial en esa aproximación lenta y atenta
a la realidad que se puede realizar a través de él, tanto por su facilidad para
la experimentación como por la precisión de que es capaz un buen dibujo, todo
ello lo hace imprescindible en la transición del pensar al construir, siendo su
papel mucho más importante que el de mero catalizador, ya que parte de ese
pensamiento está ligado a la propia capacidad imaginativa de la mancha gráfica,
del rasguño del propio dibujo. Incidiendo y ayudándonos a enfrentarnos a las
propias imágenes que produce nuestra mente, imágenes en las que está presente,
como decía Alberti, nuestro ánimo. De ahí,
la importancia de los primeros dibujos y del como se aborden, teniendo en
cuenta que ellos deben de llevar el germen de la arquitectura y desde ellos
hemos de seguir nuestra reflexión.
Esa capacidad de reflexión, de aproximación al conocimiento, lo
encontramos en esos primeros trazos realizados para comenzar a pensar sobre un
proyecto. En esos trazos tan íntimos podemos aproximarnos al sentido de la
arquitectura, como observamos en aquellos primeros croquis de J. A. Coderch
para la casa Ugalde, donde sitúa los pinos, sus troncos, los sencillos y los
dobles, y anota “vista estupenda”, “algarrobo pequeño”. En
este sentido es interesante la instrumentación que del dibujo hace Álvaro Siza
para a través de él ir aproximándose al conocimiento del lugar, empezando a
dialogar con el propio territorio, esbozando pequeñas aproximaciones a la forma
que se entrelazan a otras imágenes, recurrentes o no, que en ese momento
preocupan a la mente.
Reflexión y capacidad de trasmisión esas dos condiciones las
encontramos en los dibujos de A. Siza, unido ello a una disciplina basada en el
propio dibujo como recurso para anotar, recordar, reflexionar y resolver los
aspectos propios de la arquitectura, disciplina que mantiene en la manera de
dibujar a lo largo de todo el proceso de construcción de la arquitectura.
Aproximaciones, reflexiones y ajustes que se centran en dos series: los dibujos
íntimos, dibujos de creación, de reflexión, de descripción pormenorizada, y los
dibujos documentales, dibujos estrictos, concisos, incluso fríos, objetuales.
En un primer estadio encontramos solo la aproximación,
la información, la reflexión, las visiones desde ángulos muy distintos, la
comprensión de un programa, de unos intereses y las preguntas, las preguntas
sobre todas las cosas, preguntas a si mismo, a los demás. No hay adelantos
verbales, no hay compromisos formales. Solo bocetos rápidos, alguna relación
particular y documentación gráfica sobre el lugar. Tras ello unos dibujos íntimos
de trazo continuo, como si fueran una única frase que sale completa como un
susurro, unos dibujos que llevan implícita esa idea de lugar que está en la
mente del autor, que mantiene una serie de relaciones con el contexto, donde el
grado de precisión no es excesivo pero las formas son contundentes. Esos
dibujos de viejo paisajista que definió un día O. Bohigas cuando de los dibujos
de Alvaro como croquis y perspectivas sobre el propio terreno sobre las
mesas de los bares. (Bohigas, 1976)
El mismo Siza comenta que el dibujo tiene a veces “una vida propia,
transformándose en un animal herido de patas temblorosas y ojos inquietos. Si
es lo suficientemente reservado, parará de respirar y morirá. Si sus
metamorfosis no son comprendidas.... tomará la forma de un monstruo. Si todo lo
que parece importante y bello es tomado en cuenta, se tornará ridículo”.
Tras ello una etapa de reflexión para llegar a una forma para la cual ha sido
importante “el papel catalizador que Siza le da al dibujo, tanto en la teoría
como en la práctica; el dibujo como una precisa y dolorosa metamorfosis con la
que se desarrolla y se transforma la configuración esencial de una intención
inicial” (Frampton, 1988).
Junto los dibujos íntimos se construyen unas primeras maquetas,
sencillas, manuales, a escalas distintas, donde se analiza la topología, las
formas del territorio, tras lo cual se pasa a un segundo estadio donde se
comienza a perfilar una forma, a entablar un diálogo entre lo nuevo y lo
existente. La mente y el dibujo ha ido gestando y modelando la idea y el
proyecto va llegando a las geometrías detalladas, a los ajustes. Los dibujos
dejan de preocuparse por las vistas generales, por expresar las relaciones con
el territorio, para centrarse en los referentes bidimensionales, en las plantas
y en los alzados, en las secciones, con dibujos acotados y con geometrías
precisas, desnudos de aquello que no sea su propia forma, sin excesivas
concesiones a la materia, que en este caso es másica, dibujos objetuales con
mucho poder documental. El programa se amalgama con la forma, ambos se refunden
en una interiorización personal del arquitecto. Estoy hablando de Alcoi
Los dibujos de A. Siza se asemejan a aquellos dibujos sobre papel
corriente que se utilizaban durante el desarrollo de la construcción de la
arquitectura y que nos dan noticia las crónicas decimonónicas alemanas. En su
caso, un bloc de dibujos garantiza un seguimiento claro del proyecto, de las
observaciones formales y requerimientos técnicos necesarios para desarrollar la
arquitectura. Allí se resuelven los detalles, se ajustan ciertos elementos a la
realidad en ocasiones cambiante de una obra. Es un segundo estadio de dibujos íntimos.