La Posada San Miguel en Altea, uno de los recuerdos más
vivos de un pasado culinariamente espléndido y de una historia ligada a la
formación del pueblo de Altea en su parte baja.*
* Texto extraído del
libro “Paseando por las alteas”. Miguel del Rey, Valencia 2016.
San Miguel sigue humillando eternamente a Lucifer, su
antiguo compañero celestial, en el panel de azulejos de la antigua posada de
San Miguel, pero quizás en él ha variado el ademán; la antigua arrogancia del
arcángel desapareció debido a la poca eficacia del ser celestial en la defensa
de aquella preciosa y nunca demasiado llorada Posada, que bajo su advocación
estuvo casi doscientos años recibiendo viajeros y comerciantes que viajaban con
sus recuas de mulas junto a la playa del Bol, frente a los muros del huerto del
Convento. Fue la decana de las posadas de Altea. Nacida con visión de futuro a
inicios del siglo XIX, adelantándose a su tiempo y situándose en el lugar
lógico donde debía pasar el nuevo camino Real, dado que por entonces aún
circundaba Bellaguarda y al pueblo se entraba por la Plaza de La Cruz, pues el
camino de acceso llegaba desde el molino de la Torre. Pero la existencia del
convento, la importancia creciente del arrabal de San Pedro, hacían de este
lugar el idóneo para un establecimiento de esta naturaleza.
La posada era un edificio de varios cuerpos de construcción
con un portalón que abría sobre lo que más tarde fue la carretera
Valencia-Alicante, la carretera N-332, la actual calle Conde de Altea. Las
plantas y macetas del vestíbulo proporcionaban un ambiente particular que se
mezclaba a la penumbra del gran espacio central donde sus pulidas losas
hablaban de viajeros, de negocios, de festejos, del paso del tiempo durante
siglos. El vestíbulo nos introducía lateralmente en la sala del antiguo
comedor, mientras que de frente encontrábamos un espacio amplio, de doble
altura, con un ligero deambulatorio perimetral volado en planta alta,
construido en madera, que daba acceso a las estancias y dormitorios allí
existentes. Las mesas invadían los espacios de planta baja y sus estancias se
caldeaban por chimeneas y hogares. Una gran cocina, transversal a las crujías
principales, albergaba el mundo de los fogones y el servicio. Hacia el mar,
lindando con la playa, los corrales y patios desaparecidos en época moderna.
Nos queda San Miguel, si bien cuestionado en su eficacia,
conservando su impostura celestial. También nos quedan algunas de las tapas que
allí se degustaban en el actual establecimiento que lleva su nombre y que se
ubica en una parte del solar de la antigua posada, en ellas podemos recordar el
sabor de aquellos manjares, de aquellas comidas que acompañaron a la sociedad
altenana tantos años.