"Para organizar el viaje de vuelta hacia la costa, Bartolomé ha mandado aviso a Francisco Javier Alveno –su cuñado- diciéndole que esa mañana pasarán por el puerto de Confrides. Desea que atienda las cuestiones oportunas para que las partidas armadas no les molesten. Le ha pedido que se acerque hasta Ares para acompañarles a pasar el puerto. El grupo no debe viajar con dinero o joyas, todo lo recogerá alguien de confianza y lo bajará en un viaje menos aparatoso hasta Altea o Xàbia. Es muy probable que aún con el salvoconducto de su cuñado no estén libres de alguna impertinencia por parte de éstas gentes desesperadas por un futuro incierto y más aún sedientas de venganza ha-cia colaboracionistas y afrancesados. Por la noche, Purificación y Luisa insistieron en bajarse algo de dinero y algunas joyas a pesar de la rotunda negativa de Bartolomé, el cual, de madrugada mandó venir al carpintero para hacer un pequeño doble fondo bajo el suelo del carruaje del Bolufer, cerrado de nuevo con tablas viejas y sobre las que han dejado caer la alfombra de viaje del coche. Cargan algunas viandas -embutidos en su mayor parte- y igual que alguna bolsa de dinero dispuesta para ser fácilmente encontrada en un posible registro y toman el camino al salir el sol.
Las tres hermanas Olcina y la hija de
Francisca, Vicenta María, viajan juntas en el coche del Aragonés con la
chiquillería menuda de la familia y escoltados por Pedro María Aragonés a
caballo. José Bolufer con los chicos mayores ocupa el otro coche, acompañados
por Bartolomé, cuyo caballo va atado al propio carruaje.
- ¿Cómo
ves las cosas Bartolomé? –dice José Bolufer-
- ¿Te
refieres a la nueva situación tras la huida de los franceses?
- Me
refiero a todo. ¡Dios mío, qué tiempo nos ha tocado vivir! Las noticias en el
campo de Xàbia y Denia no son nada buenas. La anarquía se ha adueñado del
territorio. ¡No sé si estás al tanto de cómo están las cosas! – le dice cuando
observa que los chicos están algo distraídos-. La ausencia de poder –continua-
ha dado alas a las parti-das de bandoleros.
- Si
es por los bandoleros, no sólo están en las tierras del Marquesado, pronto los
vas a ver; en el momento que pasemos Ares, seguro que tendremos algún
encuentro. Si aparecen, mantén la calma y ante todo no te des a conocer,
quédate con los chicos. En el momento que pasemos Benasau subiré a caballo e
iré caracoleando a los coches o distanciándome para ver el camino por delante.
Si dicen alguna impertinencia, no digáis nada, ni contestéis, digan lo que
digan. Espero que Francisco Javier, mi cuñado, se una a nosotros, está atento
al viaje; seguro que nos alcanza en breve. Si no fuera así ya ha-blaré yo con
quien sea; tú no dejes a los chicos y en el caso de una situación más
con-tundente, te resistes, pero un poco y luego les das la bolsa.
- No
sabía que el Alveno estaba tan amigable con esa gente.
- ¡No
te confundas con él! Es un patriota y da gracias a que venga en nuestro apo-yo
- Bueno…
éstas cosas no me gustan nada ¿Y lo de los Olcina?¿Cómo lo ves?
- Vicente
lo preparará todo ¿no es así?
- Eso
ha dicho. Aunque lo he visto un poco nervioso –dice el Bolufer-.
- Coincido
con él en que no es el momento de ir a Valencia, ni de hacer la parti-ción. Que
por cierto ya está prácticamente resuelta tras la tasación de nuestra suegra,
que en paz descanse. Una mujer muy previsora -dice Bartolomé- ¿No te parece?
- Y
muy amante de sus hijas. La valoración de la herencia libre no sé si traerá
co-la. Por cierto, nunca hablamos del regalo áquel que les hizo a Luisa y a tu
mujer el año pasado. Fue una acción que le honró. Fueron las más valiosas mil ochocientas
libras que he visto en mi vida. Liquidaron el desprecio que en su día le
hicieron a Pura.
- Del
dinero de mi mujer y de las donaciones de los Olcina no tengo nada que
objetar. Hace tiempo que no me preocupa su dote. Ni cuando era poca, ni ahora.
Si se lo dieron... suyo es.
-
Veo que no se te olvidó el resquemor que te dejó lo de la dote. Son cosas
pasadas, olvídate ¿Y con lo tuyo que vas a hacer? ¿Si se estabiliza la
situación, vas a retomar el negocio de navegación en Altea?
- No
sé. No es el momento de preocuparse por estas cosas. Lo que me tiene en vilo
ahora es como vamos a reconducir el cobro de censos. Quién nos iba a decir que
la invasión francesa sería favorable a aplicar censos y luismos a la manera
del “Antiguo Régimen”, como ellos dicen.
- Los
franceses apoyaban el cobro de ésos censos porque se quedaban con parte del
dinero.
- ¡Por
lo que fuera! Veremos ahora cómo rehacemos los cobros y como se tomarán los
señores las posibles lagunas en el pago.
- Lo
más grave será rehacer las arcas de la Corona. Sin comercio y con la idea de
independencia que parece que por ciertas colonias se dan, no sé de donde saldrá
el oro para organizar lo público si fallan las partidas que vienen de las
Indias.
- ¿Padre,
si vienen hombres armados, dispararemos? Dice uno de los chicos mayores.
- Nadie
va a disparar y no va a pasar nada. Vosotros callados si aparece alguien. Y al
suelo si el tío os lo dice.
-
Don Bartolomé, debería subirse al caballo –dice el cochero-. No oigo trinar a
los pájaros desde hace un rato; ésto está demasiado quieto.
- Gracias.
Subo y cabalgo hasta Ares delante de ti. Ve atento y no saques el fusil en
ningún caso. Los coches siempre juntos.
- Padre,
no se vaya -dice el joven Antonio-
Don Pedro María Aragonés, a caballo y
vistiendo uniforme de oficial de la marina española, queda al cuidado de los
dos carruajes mientras Bartolomé se aleja y ojea por las lomas cercanas, se
acerca a los recodos del camino. Antes de entrar en Ares, un silbido suave pero
insistente le hace otear el bosque. Dos figuras se distinguen bajo la intensa
sombra de una encina. Echa mano instintivamente al pistolón que previamente
había cargado. Seguro que uno de ellos es Francisco Javier. Está convencido. A
medida que se acerca la segunda figura le empieza a ser familiar ¿quién será?
Le hacen señas. Van vestidos con chaquetilla corta y pantalón ajustado con
manta enrollada al hombro. “¡Tomás!” Susurra Bartolomé.
- ¡Que
gusto veros! ¡Javier! ¡Tomás! Verdaderamente la amistad se demuestra en ciertas
ocasiones.
- Siento
lo de tu suegra –le dice su cuñado-. Las veces que hablé con ella me pareció
una señora amable, a la vez que culta; igual que don Miguel Olcina.
- Su
muerte estaba anunciada. Bueno, vamos a ver. Las mujeres están preocupa-das.
¿Como va todo por ahí Tomás?¡Que gusto verte!
- Todos
bien, pero… tal como están las cosas y cuando Javier me lo comentó, no podía
por menos acompañarles ¿cómo se les ha pasado por la cabeza viajar en éstos
momentos y con dos coches?
- No
exageres Tomás. No van a tener problemas, pero tu sobrina, la de Vila-Joiosa,
debe bajar también por Guadalest. No sé cómo está Aitana por la vertiente sur.
Diles que lo más prudente es que viajéis todos juntos hasta la costa; al menos
hasta Polop. Ahora es el momento en que debemos hacernos los encontradizos con
la partida que está cerca del puerto de Confrides: saben algo. Tomás conoce a
alguno de ellos y ésta mañana ha pasado por allí para hacerse el encontradizo y
por cómo le han hablado les debe haber llegado alguna información sobre un
grupo de viajeros. A mí no me han visto, he dado la vuelta por las sierras de
la Solana y no he pasado por el puerto. Nosotros hace más de dos horas que nos
hemos encontrado en el lugar convenido. No hay que perder tiempo. Iremos los
dos y les saludaremos. Tomás apoyará al señor de Aragonés con los coches por
si hubiera problemas; habéis sido en exceso confiados con tan pocos hombres de
apoyo.
Javier repasa todos los puntos. Pregunta
si trajeron lo que les dijo: las viandas y alguna cosa para ayudarles en su
vida montaraz. Indica que le deje hablar a él, aconseja a Bar-tolomé que se
muestre campechano y no se altere frente alguna impertinencia en el trato. A
lo lejos se ve llegar el grupo de coches. Los chiquillos de Ares han subido al
camino al ver de lejos la polvareda. Bartolomé baja hasta el camino y hace
cargar lo ya previsto en las alforjas. Se despide del grupo y les dice que les
sigan a una distancia prudente, sin parar cuando él se meta un poco en el monte
a la altura del puerto. Y una vez pasado éste, que no les esperen al vencer la
cuesta, y que tomen carrera hasta Confrides; él y Javier les alcanzarán. Habla
con el Aragonés sobre la estrategia, informa al señor de Bolufer. Tomás saluda
a las señoras y queda en retaguardia del grupo. Purificación está aterrorizada
al ver toda esta preparación. Se oyen los ruegos a su marido: “¡Bartolomé, por
Dios...!”
Al llegar al alto del puerto los dos
cuñados se desvían hacia la derecha y toman un ca-mino que se adentra en el
monte. Los carros van cerca de ellos, les ven meterse en el bosque.
Purificación está preocupadísima y les propone a las señoras rezar el rosario.
Siguen su camino, aceleran en la bajada, tal como les han dicho, sin llegar
nunca a galopar.
- Buen
día. -dice Francisco Javier a un personaje que sale de detrás de una roca y se
queda en el medio del camino-.
- Este
capitán español quiere saludar al jefe.
- Mucho
capitán … pero en los coches que han pasado habían mujeres bien vestidas.
- En
los coches no había nada que te importe.
De entre la espesura surge alguien que
parece mandar la partida; un personaje grueso, mal carado, con ademanes más que
groseros: “¿Es usted Bartolomé de Calces? Pues dé recuerdos a su hermano de mi
parte”. El Calzas le saluda con un gesto, llevándose el dedo índice a la frente
y separándolo ligera y rápidamente: “Con gusto se los daré”
Francisco Javier Alveno retoma la
palabra: “El señor de Calces, quiere dejaros algo para comer y pasar el tiempo
mientras guardáis el paso por el puerto”. Les deja caer las al-forjas que había
preparado. “Tenéis pan negro, algo de embutido, salazones y paquetes de
picadura. ¡Ah! y una bota de vino”.
- Señor
de Calces, todo es bueno y los hombres tienen buena gana. Por cierto, también
nos vendría muy bien algo de dinero.
Saca una bolsa con libras y algún
escudo, que ya había preparado por si acaso. La so-pesa, para que el personaje
la valore, y se la lanza al aire diciéndole el Calzas: “Siempre viene bien el
dinero, sobre todo si es para una buena causa. Sólo espero que guardéis bien
éste paso y no dejaréis que por él pase francés alguno”.
- Así
será. Y por cierto, sabe vuestra merced ir por el mundo- dice el jefe de la
partida, entre arrogante y cínico- ésa capa de le cubre es de buen paño,
vendría que ni pintada para hacer guardia por la noche... y vuestra merced
seguro que estará a resguardo en la chimenea mientras nosotros cerramos el
paso a los franceses. Por cierto ¿han visto franceses entre Alcoi y Confrides?
Por aquí no pasarán ni los franceses, ni los afrancesados, ni los que nos
sangran con los censos. Las cosas ya no van a ser como eran.
- En
cualquier caso, no queda ni un francés en muchas millas. Así pues, señores, que
Dios sea con ustedes.
- Caballero,
olvida dejarnos la capa...
Francisco Javier les dice a los
guerrilleros que va a acompañar a don Bartolomé hasta la calzada y volverá con
ellos para organizar la resistencia ante la nueva situación al haberse largado
los franceses. Al unirse a su cuñado, observa la indignación de Barto-lomé: “Ya
me dirás cómo nos quitamos ahora a ésta gente de encima. Armados y due-ños de
los caminos”
- ¡Pues
así están las cosas cuñao! El problema será desacostumbrar a ésta gente que se
ha hecho a la vida montaraz y no tienen otra cosa que hacer.
- ¿Has
visto la desfachatez en la manera de robar? ¿Qué me dices de las amena-zas? ¡No
han sido veladas! Fueron bien directas.
- También
he visto tu sangre fría. Has estado muy bien ¡Corre! Únete al grupo y apretad,
pero con cuidado en las cuestas abajo; bajar la ladera de Aitana sin parar,
llegar cuanto antes a Callosa. No creo que tengáis problemas, allí no puedo
hacer nada. Me vuelvo con estos... no sea que se lo piensen dos veces. Lo de la
capa ha colmado la desfachatez...
- ¡Olvídalo!
Pero aguántalos... se estarán repartiendo el botín con las navajas en mano.
Gracias por todo y tú, atento a tu persona. Un saludo a mi hermana y a tus
hijos. No podemos parar a verla, pero bajad cuando podáis por Altea, sabéis que
siempre sois bienvenidos.
Bartolomé galopa fuerte y alcanza al
convoy; da las órdenes para que sigan rápido has-ta Benimantell, allí pararán
un rato a comer algo. Se acerca a las señoras para tranquilizarlas. Su mujer
pretende darle la mano por la ventanilla.
Le pregunta qué ha sucedido, cómo es que va sin capa con el frio que
hace... Pedro María se acerca a él con el ca-ballo para conocer lo sucedido.
- ¿Cómo
fue?
- Ya
te contaré con detalle. No se puede esperar nada bueno de estos personajes
- Para
tu conocimiento, peor están por las montañas de Crevillente y los alrededo-res
de las sierras de Alicante. El Barbut es el dueño de los caminos y de los
negocios.
En la fonda de Benimantell piden comida,
mientras los viajeros interrogan a Bartolomé sobre lo sucedido. Él, en
presencia de los niños, suaviza la descripción y sobre todo sus impresiones.
Pero indica que la comida será frugal, deben partir inmediatamente hacia Altea.
Les hace alguna seña a las señoras de que ya les contará. Su mujer le aconseja
que se abrigue y sale de la posada para buscar ropa de abrigo entre el
equipaje. “Bartolomé, cuánto he sufrido ¿estás bien?” –le dice, cogiéndolo del
brazo-. El caballero con-testa a medias sus preguntas, lo cual aumenta el
desconcierto de la señora. José Bolu-fer les ha seguido y le ruega a Bartolomé
que le comente. No puede soportar desconocer los detalles.
- ¿Qué
quiereís que os diga?- dice Bartolomé- hasta me han robado. Con guante blanco,
pero robado.
- ¡Por
Dios! ¿Pero te atracaron?
- Ya
iba preparado. Llevaba una bolsa con dinero, además de las viandas que me dijo
mi cuñado. ¡Pero hasta la capa!
- Me
tienes que decir exactamente qué pasó. Mañana cuando salga hacia Xàbia seguro
que vamos a tener problemas. ¡Si ya se
lo dije a Francisca! No son tiempos para ir por éstos caminos. Mañana tengo que
estar preparado
- No
puedes ir solo, te acompañaremos hasta Calp y desde allí dos hombres con buenos
trabucos te escoltarán hasta tu casa. Saldrás a primera hora, y debes ir con la
galerita de casa, no debes llevar el coche, es un poco escandaloso. Ya te lo
mando yo dentro de unos días. Pasado Gata, no creo que tengas problemas hasta
casa.
En Altea, Bartolomé hace entrar el
carruaje en la cochera y procede inmediatamente a recuperar el cofrecillo que
había guardado. Lo abre y ve estupefacto que contiene todas las joyas de las
hermanas y las 1.811 libras de Purificación. Lo recoge. Cierra con la ayuda de
su hijo Juan el doble fondo del suelo y sube entre perplejo y algo indignado
por la temeridad de bajar todo ese dinero sabiendo cómo están las cosas.
Purificación, con una sonrisa le recibe en la puerta de su alcoba
- ¿Parece que te has llevado una
sorpresa?
- ¡Una
temeridad! ¿Cómo se te ha ocurrido? Se nota que no les viste las caras a los de
la montaña.
- No
voy a dejar de resolver mis asuntos por cuatro descamisados –dice la Olcina con
fingida suficiencia- y menos ahora que dispongo de dinero para mis necesidades.
- ¿Qué
tienes previsto? Con ésas medias palabras, seguro que ya tienes dónde
invertirlo.
- Si
usía tiene a bien mañana acompañarnos, Luisa y yo misma le mostraremos una casa
estupenda que hemos visto a buen precio. No todo tiene que ser en ésta familia
-dice con una sonrisa- propiedad de los Calzas... "