Dentro de la bohemia alteana previa a la Guerra Civil,
aquella primera bohemia que trajo a Altea a personajes de gran renombre en la
cultura musical (los Sagi-Vela), la pintura (Benjamin Palencia, Genaro Palau,
etc), hay que nombrar a literatos como Roy Campbell (*1901, Durban,
Sudáfrica-†1957, Setúbal) que se asentó en la Altea al inicio de 1935, habitando
modestamente -de manera particular- en pleno campo alteano, buscando como él
decía, las esencias lejos de cualquier convencionalismo. Fue poeta, escritor
satírico, traductor e hispanista, considerado por T. S. Eliot, Dylan Thomas y
Edith Sitwell, como uno de los mejores poetas del periodo de entreguerras. Su
búsqueda anímica le llevó a una vida azarosa entre el sur de Francia, Altea y
Toledo, allá por los primeros años 30 y hasta 1936.
Al principio de la década de los 30, tras una crisis mística,
Campbell rompió de forma brutal con el grupo Bloomsbury, tras publicar su
sátira The Georgiad, calificándolos de intelectuales sin intelecto. Abandonó el
marxismo militante y abrazó el catolicismo, razón por la cual fue el centro de
los ataques de sus amistades en los de Bloomsbury y sobre todo de la propia
Virginia Wolf. Abandonó Inglaterra y marcho a la Provenza y luego a España,
estableciéndose en Altea, viviendo en la casa Calces de la Foia d’Icard con su
mujer y sus hijas, donde en 1935 abrazó el catolicismo.
La rectitud y santidad de vida de los campesinos de la
Provenza y de España, donde el catolicismo se integraba como parte de la vida
cotidiana, le impactaron profundamente. Tuvo influencia en otros escritores
conversos de la poética inglesa, como por ejemplo en Tolkien, quien admiraba
enormemente a Campbell, llegando al extremo de dedicarle un personaje de su
obra Aragorn, en “El Señor de los Anillos”.
La casa y el porche
Su particular vivencia del conflicto español, el
fusilamiento en Gandía de su amigo, el párroco que lo bautizó en Altea, y sobre
todo el suceso ocurrido con los Carmelitas de Toledo en 1936, asesinados todos ellos
tras la quema del convento en Toledo, tras confiarle los manuscritos de San
Juan de la Cruz -que el llevó a Portugal y más tarde a Inglaterra, desde donde
los devolvió tras la Guerra Civil- gracias
a lo cual se salvaron del fuego, le llevaron a denunciar públicamente desde
Inglaterra el terror comunista en España. Inmortalizó con un poema, «The
Carmelites of Toledo», la tragedia de la que había sido testigo presencial. Más
tarde denunció la inmoralidad a la Alemania nazi y lucho contra Hitler con el
ejército inglés.
Su fuerte personalidad, junto a su disposición contraria a
los críticos de su época -mayoritariamente izquierdistas- o su enfrentamiento
con la todopoderosa Virginia Woof, pueden haber mermado inmerecidamente la
valoración de su legado poético y literario, recientemente reivindicado en el
mundo sajón, como uno de los mejores escritores de entreguerras.
Finalizada la guerra, y tras algunos años, se estableció en
Portugal, a principio de la década de los 50, traduciendo del español, francés
y portugués con brillantez.
La Casa Calces en la Foia d'Icard en la actualidad
Fuentes: “Salvó los manuscritos de San Juan de la Cruz” El Mundo 12-02-1012 – Información oral facilitada por el amigo Juan Rodríguez, la tradición oral alteana, junto a mi experiencia personal.