En
recuerdo al amigo que nos ha dejado, D. Javier Bonilla Musoles, publico el
prólogo que tuve el honor de escribir para su espléndido libro.
De un tiempo y un lugar
Una
de las características que distinguen a la arquitectura vernacular es la
capacidad de asumir y hacer propia toda la carga cultural que le han brindado
las distintas sociedades que en el tiempo se han ido sucediendo. Absorbe los
flujos culturales, los filtra y reinterpreta, pero siempre conserva ciertas
condiciones que la siguen identificando, condiciones aprendidas por la
tradición, por la experiencia que da el tiempo y que ha ido haciendo cada vez
mejores a estas arquitecturas; invariantes formales o técnicas que inciden
sobre la forma de la casa y permiten reconocerla como de un tiempo y de un
lugar.
De
esa relación fecunda entre lugar físico y lugar cultural nacen formas que
cobijan una manera de vivir. Se desarrollan técnicas que permiten construir y
conformar espacios para habitar o para trabajar. Con ellas se estructura el
propio territorio haciendo uno el espacio existencial y el ámbito de vivir,
generando con ello un paisaje, el paisaje que heredamos hacia mediados del
siglo XX y que en su último tercio murió y del cual estudios y libros como éste
nos proporcionan datos y claves para que permanezca en la memoria y con ellos
podamos comprender un tiempo y un lugar.
Las
arquitecturas vernaculares y de la tradición son arquitecturas de un mundo
pretérito, pertenecen al ámbito de la mimesis, de la transmisión del oficio, de
la estabilidad en la forma, al clasicismo en términos generales. Es un mundo
ajeno al del diseño, ese mundo que valora la novedad, la ocurrencia feliz e
incluso sublime, pero no contrastada, la singularidad y el individualismo hijos
del romanticismo; así pues podemos constatar una ruptura, y con ello podemos
decir que aquellas arquitecturas que construyeron nuestro paisaje rural son de
otro tiempo en este lugar.
La
construcción de estas arquitecturas se hacía por medio de materiales
autóctonos, fáciles de conseguir en un entorno más o menos próximo, de los que
se conocían sus cualidades y la manera de trabajar con ellos lo cual daba a estas
construcciones una uniformidad matérica que se trasladaba al propio paisaje;
materiales que a medida que nos aproximamos en el tiempo y aumentan las
posibilidades de comunicación y transporte, se incorporan más al repertorio
usado, y con ello aparecen nuevas técnicas constructivas que dan como resultado
nuevas formas, cuya virtud y belleza en cada momento, antes de la ruptura
estética, estaba en ser reconocibles entre un antes y un ahora.
La
labor realizada por Javier Bonilla se enmarca precisamente en esos momentos
previos al cambio estético, donde participamos de la incorporación de nuevos
elementos a la arquitectura, donde afloran nuevas sensibilidades en la manera
de vivir, pero aún estamos en una arquitectura reconocible dentro del mundo de
la tradición; por ello es tan interesante este momento de estudio de una
arquitectura que dejó una impronta en la cultura y en el territorio antes del
cambio estructural y paisajístico del Marquesat de Dénia, una subcomarca con
peculiaridades propias cada vez más desdibujadas, y que estudios como este nos
muestran en su verdadera dimensión e importancia en un tiempo y un lugar.
Los
trabajos de campo de Javier son unos documentos inéditos de valor particular
por si mismos, ya que aportan material para futuros análisis y estudios de
otras facetas del conocimiento. La lectura que el autor hace de ellos nos
aproximan a una sociedad y a su manera de habitar en Dénia; documentos gráficos
que se complementan con otra documentación también de gran valor y que en la
mayoría de los casos se ha perdido: la propia tradición de uso de estas
arquitecturas, lo que esas gentes le
vivieron, su experiencia existencial, el uso de unos espacios y los ritos,
costumbres y comportamientos domésticos de una sociedad que años mas tarde se transforma
hasta casi ser irreconocible y con ella el paisaje decimonónico.
A
través de los trabajos realizados podemos encontrar los rastros de influencias
externas, de formas de otros lugares, de otras maneras de vivir, de cómo ello
incide sobre la casa y sobre el concepto de confort en la vivienda: higiene, iluminación,
hábitos de estar y de relación, etc. Los vínculos comerciales y culturales que
mantiene esta burguesía agraria y comercial que está abierta a las influencias
que llegan, en forma de objetos o ilustraciones, en la bodegas vacías de los
barcos que vienen para cargar pasas de la Marina o vino de Moscatell y que se
mueven en cabotaje desde Marsella a Argel, o sobrepasan Gibraltar para llegar
hasta las Islas Británicas. Burguesía que incorpora individuos, gustos y
maneras de una colonia de origen extranjero, que habita en las tierras fértiles
del Marquesat, o en las laderas del Montgó, quizás en ocasiones más abierta al
mar que a las relaciones con el interior del territorio. En cualquier caso subyace,
en el estudio de Javier Bonilla, y en la documentación aportada, un claro
sustrato local vinculado a la cultura tradicional de la casa rural valenciana,
con la que se encuentra perfectamente relacionada esta arquitectura y desde la
cual realiza unas experiencias que viene dadas por las particulares relaciones
culturales que se dan en un tiempo en Dénia y la propia condición física del
lugar.
Este
estudio se enmarca en esos trabajos realizados con entusiasmo por personas
generosas y amantes del país, del patrimonio y de sus gentes; pues solo desde
esas condición se puede abordar una labor serena, tranquila, larga y precisa,
donde lo único que se echa en falta es el tiempo restado a las personas
queridas para necesariamente dedicarlo al amor por el conocimiento.
Miguel
del Rey
Altea,
Marzo de 2007
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