Un paisaje nazarí en el corazón valenciano
El paseante viajó, abrió los ojos y miró. En su mente las formas, los colores, el paisaje en general lo trasladó a un lugar hermoso, a un lugar que, aunque visto en ocasiones, nunca le había evocado esa nueva sensación. Creyó estar en un espacio donde la cultura nazarí estaba presente, las masas arquitectónicas se conjugaban con las formas de la naturaleza y ambas, rocas y muros, creaban un juego de volúmenes inusitado que coronaban el perfil de un lugar escarpado, y desde él, fragmentos de antiguas murallas bajaban entre terrazas cubiertas de olivos, entre los cuales algún granado amarilleaba y también naranjos, limones y cidros dejaban emerger cipreses por doquier que subían al cielo. Bajo, al fondo, el caserío en un abigarrado desorden de cubiertas de teja y dimensiones pequeñas se adecuaban a la orografía.
Viajó
el paseante a Al Andalus valenciano, y lo vivió como nunca lo había sentido. Al
observar Xátiva a media altura desde la montaña del Castell pensó en esa
belleza en parte no valorada, que bien hubiera podido competir con los paisajes
granadinos si Alejandro VI o Fernando el Católico no hubieran estado tan
ausentes de este lugar excepcional, o si Antón van den Wyngaerde hubiera sabido
extraer el valor del paisaje, y mostrárselo, propositivo, a Felipe II en
aquellos dibujos de sus ciudades del siglo de oro. La visita de ayer a la ciudad
fue una buena despedida del año 2022
No hay comentarios:
Publicar un comentario