Andaba yo muy preocupado
con mis conceptos de clasicismo y romanticismo y allá, por el año 2001, cayó en
mis manos un texto de Hermann Hesse. En él desbrozaba la concepción del mundo de
clásicos y románticos y las consideraba inseparables. Sigo interesado en el tema, pero mucho más tranquilo.
Miguel del Rey
Miguel del Rey
........
" Imaginemos que unos sacerdotes o sabios budistas mantienen
una conferencia espiritual. Se sientan
juntos y expresan, bajo
diversas imágenes, que lo que se llama
realidad es una ficción, que
toda percepción es sólo apariencia, toda
forma una quimera, todos
los objetos sólo una representación humana
miope; disuelven
totalmente el mundo que los rodea y fijan
en sí el pensamiento de
la unidad trascendente, de la vida eterna
de Dios. Cuando se dan
por satisfechos en este punto, puede uno
de ellos, tras alguna
sonrisa y algún silencio, citar el dicho:
“El prado es verde, la rosa
Esta
frase elemental significa, como saben perfectamente los
interlocutores, lo siguiente: “Muy bien,
el mundo fenoménico es ficción,
en realidad no hay prado, ni rosa, ni
cuervo, sino la eterna unidad de
Dios... Más para nosotros, que somos
transitorios y vivimos en lo transitorio,
lo transitorio es también realidad: la
rosa es encarnada, el cuervo grazna.”
El
punto de vista para el cual la rosa es rosa, el hombre es
hombre y el cuervo es cuervo, para el que
los contornos y las formas
de la realidad son datos firmes e
irrefutables, ese punto de vista
es el clasicismo. Éste reconoce las formas
y las propiedades de las
cosas, reconoce la experiencia y busca y
crea el orden, la forma, la ley.
El
otro punto de vista, en cambio, que en la realidad sólo ve
apariencia, lo perecedero, para el que la
diferencia entre la planta y
el animal, entre hombre y mujer es
altamente problemática, y que
está pronto a disolver en cualquier
momento todas las formas
y a intercambiarlas entre sí, corresponde
a la perspectiva romántica.
Ahora
bien, como visión del mundo, como filosofía, como
fundamento para la actitud del alma, cada
una de estas
dos concepciones es tan buena como la otra
y es irrefutable. La
postura clásica pondrá el énfasis en los
límites y en las leyes, aceptará
la tradición y contribuirá a crearla, y se
esforzará por agotar y
perpetuar el instante presente. La postura
romántica tenderá a
borrar las leyes y las formas y a dar
prioridad a la fuente originaria de
la vida, a sustituir la crítica por la
veneración, el intelecto por la
contemplación, apuntará a lo atemporal y
sentirá la nostalgia del
retorno a la divina unidad, al igual que
el hombre clásico es
impulsado por la voluntad de hacer durar
lo perecedero.
Vamos
a tratar de contrastar imparcialmente ambas actitudes.
El clásico intentará llevar su quehacer a
la máxima perfección,
intervendrá en el mundo para ordenarlo,
dejará de lado aquella
vertiente divina como inescrutable,
renunciará a lo imposible y se
aplicará con todas sus fuerzas a lo que es
posible. El romántico, por
el contrario, será amigo del ensueño y la
contemplación, se
preocupará poco de la realidad cotidiana,
para engrandecerse en la
entrega a lo infinito y buscar así la
felicidad.
Acuarelas de H. Hesse
De ambas actitudes tiene necesidad el mundo,
cada una de ellas
vendrá a corregir y complementar en mil
aspectos y detalles a la otra.
El clasicismo propende a la momificación y
a la pedantería, donde
pierde vitalidad; el romanticismo, por el
contrario, cuando se deja
llevar del divino entusiasmo, incurre en
negligencia y en irresponsabilidad.
Pero
cuando no nos limitamos a confrontar clasicismo y
romanticismo como concepciones generales,
cuando se trata, por
ejemplo, del campo del arte y la poesía,
se constata que el romántico
se encuentra en evidente desventaja frente
al clásico. Y es que para
crear obras de arte se requiere el
reconocimiento de los límites y las
formas, se requiere la voluntad de
conferir a lo instantáneo una
duración. La renuncia a esta voluntad, la
recusación de los límites y
las formas, imposibilita prácticamente al
romántico para ser un
artista creador. El romántico es capaz de
gozar el arte hasta la
genialidad, es capaz de concebir la vida
de modo artístico, es capaz
de alimentar sus sueños con el arte...
pero el ocuparse de lo finito a
expensas de lo infinito, el dedicarse a la
acción postergando los
sueños, el crear la obra, eso está en
contradicción con su propio credo.
Así,
no cabe duda de que un gran número de obras de nuestros
creadores románticos o quedaron
incompletas o tras unos inicios
espléndidos se perdieron en el vacío. La
poesía romántica no puede
ni quiere aspirar a la perennidad, no quiere
limites fijos ni alcanzar
el ápice de la perfección dentro de ellos,
quiere lo contrario, quiere
ser juego y sueño, no obra y acción. Y así
el arte romántico tiene
firmada desde un principio la sentencia de
muerte.
Ahora
es llegado el momento, para nosotros los lectores y críticos
del romanticismo, de rememorar a aquellos
pensadores orientales.
Debemos tener presente que el romanticismo
y el clasicismo son
siempre polos contrapuestos, pero que en
la práctica jamás topamos
con una realización pura de uno u otro
principio, sino que,
programas y cosmovisiones aparte, ambos
principios se tocan, se
cortan y se entremezclan de mil maneras.
Al clásico más consciente
le ocurre muchas veces que en una de sus
obras se deja seducir por
la nostalgia romántico-infinita y es
infiel a su ideal de perfección, y
al romántico más soñador le ocurre de vez
en cuando dedicarse a
una obra concreta con un amor y una
voluntad formalizadora que
no le corresponde en rigor. Y así es un
hecho que poseemos
creaciones románticas de una máxima
estructura formal, como lo es
también
que romanticismo y clasicismo parecen confluir a veces,
casi unificados, en una misma persona,
como es el caso, sobre todo,
de Hölderlin, y que un poeta clásico como
Goethe se expresa no
raras veces en forma claramente romántica...
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