El jardín de Santos en Penàguila es un bello jardín cerrado situado en la ladera noreste
de Aitana, una zona rica en agua y lo suficientemente fresca para permitir un
microclima húmedo que apoye la existencia de una gran número de especies de
gran valor botánico. Lo conocí arruinado allá por los años finales de siglo XX,
cuando un grupo de inquietas mujeres nos citaron para leer poesía en el jardín,
práctica que solían hacer y a la que acudíamos unos amigos. Recuerdo el
ambiente brumoso de una mañana de primavera, fría, lluviosa, propia de ese
ambiente romántico y misterioso que el propio jardín y su situación ruinosa
propiciaban. Fue una mañana inolvidable, que sirvió además para que un
periodista de un rotativo nacional nos acompañaba y dedicara una página de su
periódico a reivindicar el jardín, lo cual unido a las continuas llamadas de ayuda
del alcalde propició que la Diputación tomara cartas en el asunto.
El jardín de Santos o “de la senyora” ha sido descrito
modernamente por varios autores, que más o menos dan noticia de la primera
descripción, la más interesante, la que en las páginas 89 y 90 nos da el Dr.
Carlos Sarthou Carreres en su libro “Jardines de España. Valencia”, Valencia
1948. El jardín, situado en la partida de “Santos”, de ahí su nombre, fue el sueño de un hacendado propietario, don
Joaquín Rico i Soler, un abogado licenciado en la Universidad de Valencia, de
familia aristocrática, con intereses y economía saneada de origen agrario, con
casa solariega en Penàguila y posiblemente con plusvalías industriales
generadas en las industrialización de esta zona del Alcoià o de los valles
colindantes.
Joaquín Rico i Soler idea la existencia de un jardín de capricho, ubicado en un lugar particular por su belleza que aunaba el valor de la naturaleza exuberante el entorno con la visión de un valle agrario productivo, la idea georgiana del campo, con su disfrute bucólico. Jardín al que dedica esfuerzos y caudales desde su juventud y al que parece no fue ajeno el pintor António Cabrera, compañero en su época de estudios en Valencia.
El acceso al jardín forma parte de su encanto, pues se llega a lo largo de un camino jalonado de cipreses, a un kilómetro y medio de la casa en el pueblo, que tiene el valor de un jardín "secreto", tapiado, al que debes llegar con un ligero esfuerzo por un trazado sinuoso a los pies de la sierra, donde brotan fuentes y la vegetación no permite la vista lejana del jardín, hasta que no estás próximo a la tapia.
Joaquín Rico i Soler idea la existencia de un jardín de capricho, ubicado en un lugar particular por su belleza que aunaba el valor de la naturaleza exuberante el entorno con la visión de un valle agrario productivo, la idea georgiana del campo, con su disfrute bucólico. Jardín al que dedica esfuerzos y caudales desde su juventud y al que parece no fue ajeno el pintor António Cabrera, compañero en su época de estudios en Valencia.
El acceso al jardín forma parte de su encanto, pues se llega a lo largo de un camino jalonado de cipreses, a un kilómetro y medio de la casa en el pueblo, que tiene el valor de un jardín "secreto", tapiado, al que debes llegar con un ligero esfuerzo por un trazado sinuoso a los pies de la sierra, donde brotan fuentes y la vegetación no permite la vista lejana del jardín, hasta que no estás próximo a la tapia.
El jardín se construye definitivamente en 1845 y es atendido por
un jardinero foráneo, para más tarde pasar a ser propiedad de familiares del
promotor, ya que no tuvo descendencia, y atendido por la saga de jardineros de
la familia Picó.
Donado al Ayuntamiento de Penàguila por Dª Balbina Rico en 1986 y restaurado por la Diputación de Alicante con gestión municipal en la actualidad. De él dice Sarthou que se trata de un jardín “de recorte” de estilo italiano y describe las distintas partes, señalando como importantes el laberinto, el umbráculo, la pajarera y, el estanque y el bosque, con especial atención a la gruta.
Donado al Ayuntamiento de Penàguila por Dª Balbina Rico en 1986 y restaurado por la Diputación de Alicante con gestión municipal en la actualidad. De él dice Sarthou que se trata de un jardín “de recorte” de estilo italiano y describe las distintas partes, señalando como importantes el laberinto, el umbráculo, la pajarera y, el estanque y el bosque, con especial atención a la gruta.
El amor a la naturaleza, los conocimientos botánicos, la
abundancia de agua y recursos económicos, junto a las influencias de jardines
en ese momento punteros en España e Italia, modelan la idea y dan como
resultado uno de los más atractivos jardines románticos valencianos, pues creo
que está dentro de este pensamiento, siendo coetáneo del Hort de Romero, el
actual Jardín de Monforte, otro de los máximos exponentes del romanticismo en
Valencia y en España, sucesor de la más antigua tradición jardinera que nos
muestran jardines más antiguos como el
desaparecido Hort de Julià en Valencia o Peñacerrada en Mutxamel en las
proximidades de Alicante, estos aún con una componente productiva interna al
propio Huerto o jardín.
En Santos estamos ante una producción meramente contemplativa, desligada de la producción, es un lugar de recreo y disfrute, aunque participa de toda esa tradición jardinera de larga trayectoria que distinguió la labor de los de jardineros y lligarors d’horts valencianos. Su ubicación en la ladera de la montaña, lejos del núcleo urbano, desde el cual se llega por un camino jalonado de cipreses, pinos y olmos, nos ofrece el atractivo del paseo previo, de las fuentes de agua fresquísima que baja de la sierra. La llegada iniciática se premia con el progresivo interés botánico a medida que nos acercamos a la puerta del jardín tras el último recodo: encinas, abetos, tuyas gigantes conviven con los cipreses que nos acompañaron y nos crean ese ambiente de sombras profundas, de masas de colores y texturas distintas que nos ofrece la naturaleza y nos prepara para introducirnos en el jardín, es esa naturaleza domesticada que ocupa unas terrazas en ligero decline desde el punto de acceso.
En Santos estamos ante una producción meramente contemplativa, desligada de la producción, es un lugar de recreo y disfrute, aunque participa de toda esa tradición jardinera de larga trayectoria que distinguió la labor de los de jardineros y lligarors d’horts valencianos. Su ubicación en la ladera de la montaña, lejos del núcleo urbano, desde el cual se llega por un camino jalonado de cipreses, pinos y olmos, nos ofrece el atractivo del paseo previo, de las fuentes de agua fresquísima que baja de la sierra. La llegada iniciática se premia con el progresivo interés botánico a medida que nos acercamos a la puerta del jardín tras el último recodo: encinas, abetos, tuyas gigantes conviven con los cipreses que nos acompañaron y nos crean ese ambiente de sombras profundas, de masas de colores y texturas distintas que nos ofrece la naturaleza y nos prepara para introducirnos en el jardín, es esa naturaleza domesticada que ocupa unas terrazas en ligero decline desde el punto de acceso.
Un casino de ajustadas dimensiones nos recibe a la izquierda del
acceso, un pabellón solido, cuadrado, con cuatro fachadas que sitúan un único
hueco centrado en cada una de sus caras, y se cubre con un tejado a cuatro
aguas; es el refugio y el lugar de bienvenida. Sus balcones se abren a cada
parte del jardín ofreciendo perspectivas distintas del mismo.
La estructura es sencilla: un jardín de recorte en las
inmediaciones del pabellón con un elemento central que domina el conjunto, una
gran alberca a la manera de plaza del agua de dimensiones generosas, dispuesto
todo ello en terrazas más o menos amplias que construyen la ladera de la
montaña. Un umbráculo en el nivel superior nos permiten recorrer desde una cota
elevada la gran terraza principal. Un balcón abierto sobre la alberca nos
presenta a Flora afanada en recolectar ramos de flores del jardín, dispuesta
entre dos espléndidos cipreses estricta de gran porte.
El andén del umbráculo nos lleva al invernadero, hoy convertido en un espacio dedicado a las orquídeas, a las que Jesús Mataix, una de las personas que participaron en la reconstrucción del jardín es tan aficionado. Tras el casino se encuentra un pequeño laberinto que nos invita a llegar a los restos de un antiguo cedro. En el extremo opuesto y tras una verja, bajamos al “bosque”, la zona más abigarrada del jardín, la invención de la naturaleza salvaje en esta versión romántica del jardín, en ella un verdadero surtido de especies hace las delicias de botánicos y meros visitantes: tejos de casi doscientos años, cipreses de grandísimo porte, castaños de indias, y un sinfín de arboles y arbustos que permiten que le atraviese algún rayo de sol. Tras todo ello llegamos a una gruta, ese espacio donde ninfas y faunos se reúnen y en este caso un ninfeo nos permite el acceso al ser atravesado por un puente levadizo que es la propia puerta de la gruta. El espacio onírico, propio del submundo, ha perdido la mayor parte de las estalactitas con el paso del tiempo y las diversas reconstrucciones, pero allí está esperándonos para ver si en algún momento, coincidiéramos con las ninfas.
El andén del umbráculo nos lleva al invernadero, hoy convertido en un espacio dedicado a las orquídeas, a las que Jesús Mataix, una de las personas que participaron en la reconstrucción del jardín es tan aficionado. Tras el casino se encuentra un pequeño laberinto que nos invita a llegar a los restos de un antiguo cedro. En el extremo opuesto y tras una verja, bajamos al “bosque”, la zona más abigarrada del jardín, la invención de la naturaleza salvaje en esta versión romántica del jardín, en ella un verdadero surtido de especies hace las delicias de botánicos y meros visitantes: tejos de casi doscientos años, cipreses de grandísimo porte, castaños de indias, y un sinfín de arboles y arbustos que permiten que le atraviese algún rayo de sol. Tras todo ello llegamos a una gruta, ese espacio donde ninfas y faunos se reúnen y en este caso un ninfeo nos permite el acceso al ser atravesado por un puente levadizo que es la propia puerta de la gruta. El espacio onírico, propio del submundo, ha perdido la mayor parte de las estalactitas con el paso del tiempo y las diversas reconstrucciones, pero allí está esperándonos para ver si en algún momento, coincidiéramos con las ninfas.
La restauración es cuidada, quizás el laberinto no acaba de
responder a su natural belleza y a un vegetar adecuado. Sus dimensiones, en
cualquier caso son escasas. Tan solo una cuestión planea en la propia
restauración y su concepto. Entiendo además que no es fácil la solución. Se trata
de elegir entre un tejo de gran porte que se ha desarrollado desmesuradamente,
posiblemente en los años en los que estuvo medio abandonado el jardín, y que en origen debió ser un tejo para
recorte, pues su envergadura y densidad ocultan la visión del jardín desde el
balcón principal el que abre hacia la
alberca desde el casino. Comprendo la dureza de la decisión: mantener la
disciplina original, o sacrificar un ejemplar de gran belleza que nunca debió
desarrollarse con estas dimensiones.
El paisaje circundante forma parte del jardín, tanto las masas
arbóreas que cubren la ladera de la montaña, como las vistas lejanas de los
campos de cultivo. Las primeras aumentadas con especies más o menos exóticas,
como los cedros del Libano, las tuyas de grandísimo porte, que se complementan
con encinas y árboles de hoja caduca para dar variedad cromática y texturas muy
diversas, en esta parte del bosque. Contraste potente con la vista lejana, la
vista hacia el valle, el otro mundo, el georgiano de los bancales de producción
agraria que desde las terrazas del jardín se divisan y nos prolongan la
perspectiva hacia otras terrazas productivas que se pierden en la distancia.
- “Jardines de España.
Valencia”, Valencia 1948. Carlos Sarthou Carreres
- Jardin de Santos y su
creador. Alicante Vivo. 17-11-2007
- D’Els a Penàguila. Cinc
segles. La Veu. 04-09-2013
- Jardín de Santos. La
cantimplora verde. 16-09-2015