La Alquería de
Tronaes es una alquería dieciochesca situada en un entorno marcado por la
presencia de las grandes infraestructuras que bordean a la ciudad por el sur. Un
lugar de la huerta, hoy en ruina, que como la propia alquería forma parte de un
paisaje al que desafortunadamente, nos estamos acostumbrando. Hace poco tiempo
fue un enclave atractivo, con vida, en el cual se daban cita alquería,
barracas, acequias, caminos, que estructuraban el territorio histórico de la
huerta.
No tuvo suerte el
lugar, las grandes infraestructuras le alcanzaron de lleno: el nuevo Cauce y
las autopista marginales, la ronda Sur, la Fe, las vías del tren… para qué
decir, su destino quedó marcado y la ciudad no tuvo clemencia con el lugar. Aún
recuerdo el viejo camino de las Escuelas de Malilla, con una controvertida
barraca, eso sí, sin demasiado interés, pero que atrajo la mirada de
instituciones y de algún que otro ciudadano inquieto. Ello la hizo incorporarse
al Catálogo de Bienes Patrimoniales del Ayuntamiento, como a la Alquería de
Tronaes. En el caso de la barraca le apoyaban el trazado del camino, la
presencia de un entorno poblado con el atractivo de una vida rural a las
puertas de la ciudad, más tarde el abandonado, después marginal, hoy en ruina.
El destino,
evidentemente no le era propicio al lugar, pero quizás la ciudad –o sus
ilustres directores de orquesta- podrían haber sido clementes con el enclave,
respetar su memoria, mantener aquello que estaba protegido. No se espera de ávidos
constructores que se preocupen por la ciudad, se entiende que los responsables
de ella son quienes la defienden de aquellos y aprueban o rechazan lo que se
les presenta; pero no ha sido así en este lugar, como en mu
chos, en demasiados.
Y allí sigue arruinada la barraca del Camí de Malilla, junto a los restos de un
ya camino difícil de identificar, rodeada de algunas casas habitadas por unas
sombras que te observan desde los umbrales… Una barraca que difícilmente podrá
ser reconocible sin una escena que la acompañe.
Pero hoy nuestro
interés se centra en una pieza mayor, un potente edificio dieciochesco, la
Alquería de Tronaes, una alquería antaño sedera, un edificio que habitado hasta
hace unos años, con vivienda en planta baja y una gran andana, un espacio de
varios niveles de servicio que se definía único, ocupado en su momento por
camas para gusanos de seda, en un universo
complejo, ventilado en fachada con tres niveles de huecos en altura que procuraban la ventilación de la gran andana.
Un conjunto de varios
edificios, con un cuerpo central rodeado de pequeñas construcciones: casas de colonos,
almacenes, patios, porchadas, etc, que en conjunto formaban lo que se
denominaba una alquería. El edificio principal, objeto de nuestra atención, lo
forma una casa de dos crujías paralelas a la fachada, estructuradas a partir de
un potente eje compositivo simétrico y adjetivado por las puertas anterior y
posterior, formadas ambas por sencillos arcos de medio punto, tanto la puerta
de entrada, como la que da paso al patio posterior. Enmedio de la casa,
atravesando el muro de carga central, un arco escarciano, no muy amplio, nace
desde una potente y volada impostación; en él encontrábamos aun la argolla y la
polea para pesar o descargar las caballerías.
Cuando la visité,
hace años, observé una existencia lánguida y con pocos visos de futuro, aunque la
alquería era reconocible. Con el paso del tiempo y los vaivenes de propiedades,
es -o era- perfectamente legible, tanto en sus espacios de planta baja, como en
la idea espacial de su arquitectura. Aún era un edificio sólido, potente,
orgulloso en medio de una huerta que fue feraz. Sus muros potentes de ladrillo parecían
estables. El muro central, tan consistente en planta baja, se aligeraba en
machones esbeltos que subían hasta la altísima cubierta permitiendo un espacio
amplio, capaz en su día de ser ocupado por los secaderos, por las camas de
gusanos, por las cosechas que se almacenaban un brevemente en una economía que
fue cambiando con el tiempo. El espacio se cerraba por unas fachadas perforadas
en altura que creaban un ritmo atractivo, de anchuras y dimensiones
decrecientes a medida que se elevaban, para permitir el paso del aire a
diversos niveles.
Sobre los machones de
la línea central de carga, potentes vigas de madera formaban la cumbrera de
cubierta. Desde ella, unas vigas más finas soportaban un entabacado de ladrillo
sobre el que descansaba el tejado. Vigas que un día volaron sobre las fachadas,
protegiendo los vanos siempre abiertos -sobre todo los más altos- con un alero
hoy inexistente, que seguro fue fino, liviano, aunque arrojara una potente
sombra en fachada. El alero de cubierta en su día se mutiló, quedando el tejado
enrasado a fachada. Aquella cubierta desapareció por completo, hundida y
humillada, siendo sustituida por unas planchas de metal que hacen las veces de
una cubierta provisional, doblegando a Troanes a soportar una imagen patética e
injusta.
Hoy al ver sus puertas
y ventanas saqueadas, su interior violentado, nos ofrece la imagen del triste
destino de los Bienes de Relevancia Local en nuestro querido municipio de
Valencia, y nos lleva a reflexionar
sobre el porqué de los catálogos, de su elaboración, creando la ilusión de un
cierto interés por el patrimonio. En el caso de la Alquería de Tronaes, como en
otros muchos, sus fábricas, sus arcos, las rejas de un preciosismo particular o
los planos al gusto del siglo XVIII, esperaban un mejor destino.
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