Monforte o el concepto de jardín. por María Teresa
Santamaría
* Publicado en Levante 07.02.2010
El jardín de Monforte es el único ejemplo de jardinería
histórica que hay en Valencia. Así lo dice el decreto de 30 de Mayo de 1.941
por el que se declara al jardín de Monforte Jardín Artístico Nacional.
Artístico, porque se considera una obra de arte. Nacional, porque su
importancia trasciende los límites locales, y por ser, como también dice el
decreto, uno de los mas bellos y originales de España. Así , que en 1.941 ya se
habían dado cuenta de todo esto, y lo incluyeron en una categoría elevada que,
si bien es un halago y un reconocimiento para una ciudad, obliga a quienes lo
tienen bajo su tutela, a velar para que la conserve las cualidades que le han
hecho merecedor de tal distinción.
Winthuyssen (dibujante, pintor y jardinero por vocación y por observación atenta de los jardines) fue encargado entonces de su restauración, y lo primero que hizo fue reflexionar sobre el jardín y escribir sus pensamientos. Así, sabemos que se propuso ser muy cuidadoso y tomarse su tiempo para captar la esencia del jardín, ya que era muy consciente de que el jardín tenía un algo que corría el riesgo de perderse en el curso de la restauración. Sabía que tenía que ser muy respetuoso para que, en sus propias palabras, el jardín no se le escapara de las manos. Lo dibujó, lo observó, lo contempló. A continuación pensó en cuáles eran las cualidades que mejor definían este jardín y que él debía respetar, y las resumió en tres: la ordenación perfecta, la proporción admirable entre todas las partes, y el estado poético que presentaba. Solamente cuando estuvo seguro de haber entendido el jardín puso manos a la obra, según dice en sus escritos, sin querer enmendarlo ni competir con él vanamente. El resultado fue perfecto: hay jardines —pocos— que pueden transmitir una emoción profunda , y éste es uno de ellos.
Han pasado casi 70 años desde entonces, y 40 (hoy casi 50) desde que pasó a ser jardín público municipal, ya que en 1.971 el Ayuntamiento, como nuevo propietario del jardín y con la intención de ampliar su superficie, anexionó una franja de terreno que va desde el portón de entrada nuevo hasta el fondo, trasladando el muro de cierre paralelo a la avenida Blasco Ibáñez. Esta actuación —no dudo que bienintencionada— de entonces ya modificó la perfecta ordenación del jardín. Pero además, al tiempo que nos proporcionaba a los ciudadanos un trozo más de espacio ajardinado, nos privaba de la correcta interpretación y disfrute del espacio al obligarnos a entrar por la nueva puerta y negarnos el acceso original a través del palacete. Cuando se entra por el lugar correcto, a través de la casa, se hace una antesala en el vestíbulo y nos sorprende encontrarnos al frente, a través de la sombra del edificio y enmarcado por él, un jardín de recorte formal y tupido que capta poderosamente la atención.
Cuando miramos a
la derecha encontramos el patio —uno de los lugares privilegiados del jardín
por sus proporciones que dan sensación de intimidad— precedido también por el
tamiz de un porche. Y al fondo del patio, sobre unos pocos escalones, la puerta
simbólica que da entrada al bosque.
El empeño de los responsables del jardín de negarnos este acceso es incomprensible. Quien no haya visto el jardín a través de esta entrada no ha podido captar la sensación de estar inmerso en una obra de arte.
Es un lugar propicio para la contemplación, y contemplar significa observar con maravilla. Poder vivir ese mundo es un privilegio que todos podemos aprovechar: escuchar el murmullo del agua, el crujir de las hojas secas, el silencio apropiado para leer, para pensar, aún es posible dentro de sus muros.
La reciprocidad que debería tener el jardín con el entorno ya se acabó. El entorno no responde al interior; entonces, ¿por qué abrirlo y evidenciar ese fracaso? ¿Por qué no mantener la ilusión mientras estamos dentro? La estancia en ese jardín es la antítesis de la velocidad y el movimiento, es el tiempo que se detiene por un momento. Y está situado en un entorno repleto de parques, paseos, zonas verdes, y lugares de esparcimiento abiertos, incluido el río. El jardín se puede ampliar con zonas abiertas sin necesidad de desdibujar su contorno murado, y además, los problemas técnicos aducidos hasta el momento tienen soluciones que no pasan necesariamente por tirar el muro. Ha de quedar claro que derribar el muro es una elección por motivos distintos.
Pero yo me pregunto, y pregunto desde aquí, si quienes han decidido o defienden esta opción de reforma, incluidos políticos, vecinos, profesores, intelectuales e instituciones, muy respetables todos en sus profesiones pero quizás poco acostumbrados a reflexionar sobre jardines históricos, han intentado entender el jardín y lo que significa, se han sentado allí un rato a reflexionar como hizo Winthuyssen, y si de verdad creen que abrirlo mas a la calle mejora las cualidades por las que se valora y se conoce en Valencia y fuera de ella y subraya el concepto de jardín que representa. Si no temen que con esta reforma que plantean se les escape de las manos y quede reducido a la condición de otro espacio verde más, o que por lo menos, haya gran merma de la cualidad poética que aún conserva y que nunca debería perder.
El poeta Rilke, dice que los jardines son lugares en los que se cree. ¿No sería mejor que nos creyéramos de una vez —todos, incluidas nuestras autoridades— que tenemos un jardín excepcional que debemos proteger, potenciar, incluir en todas las guías y recorridos de la ciudad, con personal en la puerta que ofrezca información y explicaciones, y que lo valoremos como se merece? Y decir como Rilke: estos son los jardines en los que creo.
Muy acertada la valoración y crítica al respecto del acceso. Y muy buena puesta en valor de este jardín tan maravilloso y singular dentro de la ciudad de Valencia
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